Incendio

Juan David Ochoa
07 de febrero de 2014 - 11:08 p. m.

Colombia hierve desde siempre entre las turbas públicas y anónimas del odio que en el crimen y el delito encontraron el respiro que el Estado no entregó ni entrega por incompetencia y desidia, hierve en el incendio de un siglo con el mismo fragor de los rencores resurrectos e intactos.

 Ahora, décadas después de la sordera y la omisión, tiempo después de un populismo legislativo que extendió las dilaciones de procesos y la venta de los mismos a la oferta exquisita de los cheques, las cárceles estallan y se incendian igual, como su siglo, en la saturación de la realidad que empieza a desbordar las paredes, y los silbatos de la emergencia social elevan el escándalo. El establecimiento intenta ahora, trémulo y asustadizo, apaciguar un desastre histórico de 15 años con ridículos recursos para ampliar la construcción de nuevos antros penitenciarios como si fuera ese el dique único de la tragedia.

3.000 reos por mes ingresan a las prisiones asestadas. La modelo de Bogotá y de Barranquilla y Villahermosa de Cali exceden su cupo en un 300%. Los datos superan el amarillismo. Las paredes rotas de los presidios liberan el olor de la vieja pestilencia que ignoró el más feliz de los países; la podredumbre anquilosada de una nula educación que fermentó la falta de escrúpulos en todos los ámbitos y estratos posibles de la misma historia. Es un país incendiado y perdido entre sus normas de papel y su arribismo. No hay diferencia aquí entre la etiqueta o la bajeza para el guiño de la saña. Se sufre del mismo desespero por reventar los fondos de la individualidad y la abyección: lavaperros y diputados, sicarios, tesoreros y jueces y oficiales y curas y gazmoños. Todos los rótulos gimen en las cárceles del horror, hacinados en la insalubridad y en la tortura sistemática de Caprecom que los mantiene en la esperanza lenta de la burla.

También los inocentes que esperan los fallos congelados en el mercado de los trámites, pero no quienes tienen la culpa amaestrada y las cuentas exactas para despistar la invidente objetividad de la justicia: contratistas de vías, magnates, ministros o presidentes. Aunque tengan fosas comunes o cientos de familias desfalcadas a sus espaldas, o aunque toda una realidad social se haya asfixiado en las políticas de las vendettas. La libertad o la casa por cárcel los espera en la comodidad que alcanza siempre la satrapía en Colombia y nunca la prudencia o la asimilación de la norma y sus conductos.

El anarquismo es real, y es este incendio en que arde la historia entera y su mentira democrática de protocolos y estamentos que entre el fragor de la ceniza convence a los ejércitos de la ignorancia que la felicidad nos sigue bendiciendo, que el mejor de los países existe, y que la virgen y el sagrado corazón siguen cubriendo a esta parroquia con sus lágrimas.
@juandavidochoa1

 

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