Infinitos

Diana Castro Benetti
07 de febrero de 2009 - 03:12 a. m.

Andareguear por los reinos de lo interior con los ojos cerrados tiene sus sucesos. Se pueden encontrar elefantes vestidos de dorado sobre lunas crecientes o diosas sonrientes con cinco brazos y llenas de dones para convidar; se puede saludar a los guerreros con más corazones que espadas y ver las plumas de las serpientes enroscadas en la base de los continentes.

Hasta los colores suenan a lo que saben los espacios infinitos de cada suspiro. Al darle paso al silencio interior, se corre el riesgo de percibir los ojos de la compasión, de volar por encima de las dolencias del ego y de convertir la amistad en un santo y seña. A veces los poderes se hacen reales y las estrellas se instalan en el cuerpo.

Abrir los ojos desde la tarima del reino interior, es también un prodigio. Es reconocer los avances de los saberes científicos, las maravillas de la vida creativa y las multitudes que buscan nuevos modelos de vida. Alcances y desafíos de un mundo que se nos ofrece complejo y diverso. Y desde la inmensidad del espacio interior, abrir los ojos es también la admiración ante lo infinitamente pequeño como las realidades apenas delineadas de los fractales que se transforman y que al querer verlos dejan de existir para cualquier microscopio. Pero, también resulta doloroso abrir los ojos y darse cuenta de los horrores que carga la historia. Esos que nos obligan a reconocer los monstruos que llevamos dentro. Esos con los que los siglos sufren sin haber aprendido.

Y de todos los infinitos, el más fascinante aún es el reino que se esconde entre las rendijas de los pasos de la casa al colegio o de una almohada a otra. Un imperio que hace del cambio de luna la sensibilidad de una ilusión y el lugar mágico donde el saludo de un desconocido es la filigrana de un amor fugaz. El infinito que se nos abre en el instante de lo cotidiano es lo que contiene el giro inesperado para una vida distinta. No hay éxito que se compare con la comprensión de lo infinitamente grande o la vivencia de lo infinitamente pequeño en el mismo lugar donde somos cada día.

Es la belleza del agua que corre por los pies o la suavidad de la fruta más dulce o la expectativa de conocer el dueño de un amor sin dueño. Es en el reino de lo cotidiano donde se viven y se conocen los caminos de la creación más magnífica y del esplendor más alegre. Renegar es una inutilidad en ese pedacito de espacio y tiempo propio, porque las revelaciones de un universo en expansión y demás complejidades están en la delicia de un pan recién hecho.

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