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Ingenuidad

Fernando Araújo Vélez
26 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

Él dudaba de todo, pero no preguntaba nada porque el mundo de los adultos era incomprensible, difícil, poco lógico y muy aburrido, tan aburrido, tan blanco y gris y negro que en él no había espacio para los colores.

Solía preguntarse por qué sus padres insistían en que llevara adonde sus abuelos los domingos, cuando iban de visita, la chaqueta naranja que tanto le gustaba, y como en una espiral, se cuestionaba por las blusas rojas que usaba su madre, por el suéter azul de su padre, por la alfombra color ladrillo de la casa de sus abuelos y el colorido de algunos cuadros, sobre todo el de un paisaje de lagos, montañas y patos pintado en acuarelas.

Con el tiempo se acostumbró. Ya no se indignaba por los colores ni se hacía preguntas. Sonrió, sarcástico, cuando en la vieja casa de Las Lomas sus abuelos le celebraron su cumpleaños número 10 con una velita azul eléctrico, y al año siguiente, cuando le regalaron un balón amarillo. Por un instante creyó que se burlaban de él, porque en el mundo adulto no había colores, repetía, pero luego su abuela le dijo que sus ojos azules causarían estragos entre las mujeres. Él comenzó a dudar. Supuso que le habrían contado. Luego recordó que a veces, en algunas películas a blanco y negro, él mismo había percibido el color de los ojos de los actores.

Ese día, por la noche, se encerró en el baño de sus padres y se miró ante un espejo de aumento para analizar y detallar el azul de sus ojos. Después llamó por teléfono a una prima para preguntarle, con cierta vergüenza, si sabía de qué color eran sus ojos. Ella le dijo que azules y, algo ofendida, le sugirió que no fuera tan engreído y le colgó. Él continuó con su misterio a cuestas. Ya no tenía a nadie a quién llamar, ni una referencia ni una nota en las enciclopedias que consultó. Resignado, se fue a acostar con la firme intención de no cerrar los ojos, pensando en los colores, en el blanco y el negro, en el gris, en los adultos, hasta que las horas lo vencieron y se durmió. Cuando despertó, aún veía en colores, aún tenía los ojos azules. Al domingo siguiente, se prometió, les preguntaría a sus abuelos cuándo empezaba la gente a ver en blanco y negro, como ellos.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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