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Inspiración y creatividad

Klaus Ziegler
25 de julio de 2012 - 11:00 p. m.

La historia de los descubrimientos científicos abunda en testimonios relacionados con esos momentos de iluminación cuando una gran idea se revela de improviso en la mente de su creador.

Cuenta el escritor romano Marco Vitruvio que el rey Hierón II, sospechoso de su orfebre, hizo llamar a Arquímedes para que averiguara si su corona había sido elaborada de acuerdo con su voluntad, en oro puro, sin mezcla de ningún otro metal. Según la leyenda, la solución del enigma brotó de manera repentina en la mente de Arquímedes mientras tomaba un baño. Dicen que, eufórico, olvidó vestirse, y así, desnudo, salió gritando por las calles de Siracusa, "¡Eureka!", "¡Eureka!" (lo encontré). Estos hechos los relata Vitruvio dos siglos después de la muerte del matemático griego, y seguramente son tan espurios como la legendaria corona.

Entre otras tantas anécdotas de inspiración súbita se cuenta la del médico francés Charles Nicolle, en relación con el entonces misterioso mecanismo de transmisión del tifus exantemático, enfermedad endémica en Túnez a comienzos del siglo pasado. Siendo director del Instituto Pasteur, Nicolle notó algo extraño: los vecinos de cama de aquellos pacientes con tifus rara vez contraían el mal, mientras que el personal encargado de recibir a los enfermos de esa “fiebre pútrida” casi siempre terminaba contagiándose. Un día cualquiera, cuando se disponía a franquear la puerta del hospital, lo detuvo el espectáculo de un hombre delirante, febril, tirado al pie de las escaleras. Fue al pasar por encima del moribundo que una idea cruzó como un relámpago por su mente: si el contagio ocurría en la sala de recepción, el lugar donde al enfermo le quitaban la ropa, lo lavaban y luego lo afeitaban, era porque el agente transmisor debía ser algo que llevaba sobre sí; ahí estaba la solución del misterio: ¡era el piojo!

Pero, ¿qué sucede en nuestra mente cuando se suscita esa experiencia “¡ajá!”? Los sicólogos conjeturan que detrás de la iluminación repentina subyace una labor subconsciente, el trabajo silencioso de un sinnúmero de rutinas de comparación, relación, clasificación, deducción… Después de un primer período de incubación, las ideas mutan, se barajan, se combinan, se hibridan con otras. Luego, en forma inesperada, el producto final aflora a la consciencia, y es cuando percibimos con nitidez aquello que se venía forjando en la penumbra.

Pero esos momentos de inspiración no son patrimonio exclusivo de los grandes creadores. Por el contrario, hacen parte de nuestras experiencias cotidianas. Cualquier aficionado a los crucigramas ha tenido la grata vivencia de encontrar la palabra buscada, en el momento menos esperado, horas después de haber abandonado la infructuosa labor. Lo mismo nos ocurre cuando intentamos recordar un nombre o resolver un acertijo: tras un esfuerzo prolongado, y luego de una pausa, la respuesta salta a la mente, y parece tan obvia que nos asombramos de no haberla notado antes.

Todo trabajo creativo lleva tanto de sudoración como de inspiración. Con razón decía Picasso, “Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”. Pero además del tesón hay otro ingrediente no menos significativo en el proceso de creación: el azar. Factores aleatorios juegan un papel nada despreciable en la producción de nuevas ideas. Esto quizás explique por qué algunas innovaciones, por simples que parezcan, tardan a veces largo tiempo en aparecer. Un invento tan obvio como la bala demoró siglos. Y no fue hasta hace poco que alguien tuvo la ocurrencia infantil de adicionarle un par de ruedas a las maletas, aunque tanto la maleta como la rueda se cuentan entre los objetos más antiguos de la cultura humana. Las tapas giratorias de las botellas de cerveza, tan comunes en Colombia, son todavía desconocidas en muchos lugares de Alemania. El “clip”, ese alambre de acero en forma de doble U, a pesar de su simpleza, tardó años en inventarse.

Las “gimnasias creativas”, también conocidas como “tormentas de ideas”, son maneras efectivas de poner en marcha el motor creativo que llevamos dentro. Un ejercicio del cual surgen a menudo innovaciones sencillas puede desarrollarse alrededor de la pregunta, ¿cómo podría mejorarse el diseño de los artículos de uso cotidiano? Por ejemplo, las tapas de muchos envases de conservas y otros artículos de consumo casero se siguen fabricando en forma de discos anchos con bordes lisos, a pesar de que no hay poder humano que las haga girar, muchas veces ni agarrándolas con un trapo ni golpeándolas contra el suelo. El problema desaparecería si éstas fueran ligeramente ovaladas, como en los radiadores de los automóviles; o si tuviesen dos pequeñas protuberancias, o aletas, en lados opuestos, como las tuercas plásticas de grifería. Y, ¿por qué no imprimir una escala volumétrica en ciertos productos, digamos en los frascos de mermelada, para que los envases vacíos pudieran utilizarse luego como instrumentos de medida en la cocina?

Una pequeña modificación al diseño del llamado “manoslibres” (audífono de cables) evitaría que éste termine convertido en esa consabida madeja de alambres anudados: para guardar el dispositivo sin que se anude, el interruptor central podría traer un pequeño agujero que permita dejar enchufado el extremo del cable que va al teléfono celular, creando así un bucle cerrado, del cual nunca puede hacerse un nudo.

A propósito de nudos, ¿quién no se ha visto alguna vez en la necesidad de dejar colgando el auricular de un teléfono de mesa para que el retorcido cable espiral gire libremente y se desenrolle por sí mismo? ¿Por qué ocurre el fenómeno, y cómo podría diseñarse un mecanismo sencillo para evitarlo? La pregunta da lugar a otro ejercicio de creatividad e ingenio.

En cuanto a cambios para optimizar el teclado del computador hay algunas ideas interesantes: una sugiere dividir la tecla larga de espaciado en dos mitades: la izquierda, reservada para el espacio, y la derecha para la tecla “enter”. Así, entonces, con el pulgar izquierdo se accionaría el espacio corriente; con el derecho, el fin de párrafo. ¿Y no sería práctico disponer de un “paus”, o ratón para el pie, similar al pedal de la vieja máquina de coser?

En el mismo espíritu lúdico, ¿qué otras innovaciones sencillas se le ocurren al lector? 

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