Sombrero de Mago

Insultos a punta de misiles

Reinaldo Spitaletta
26 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Las bombas, misiles, ojivas y todo lo conectado con las armas nucleares han mantenido al mundo en vilo y a las superpotencias bien dispuestas para el chantaje. Los países que carecen de tales “argumentos” estarán siempre en la cuerda floja, sometidos, vapuleados, puestos en la picota de la humillación de parte de los arrogantes mandamases.

En aquel 45, a los Estados Unidos se les terminó el impulso de seguir arrojando bombas nucleares, como las de Hiroshima y Nagasaki, en lo que se configuró como un crimen de guerra (un genocidio, dicen otros), porque los soviéticos ya tenían tales armas. Un modo de la disuasión. O, de lo contrario, hasta Stalin hubiera tenido que someterse a los dictados gringos en la nueva repartición del mundo.

La pelotera que se armó en plena Guerra Fría, entre John Kennedy y Nikita Jruschov, por los misiles nucleares emplazados en Cuba, condujo a tensiones mundiales, pero a los cubanos les pareció que el ruso era un blandengue, cuando los retiró: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”, le corearon desde la isla. El mundo respiró, pero no con tranquilidad.

El arsenal nuclear ha venido en crecimiento, pese a las tentativas de limitarlo, o, en lo que sería una solución en beneficio de la humanidad, de acabarlo. Qué va. Ese armamento, en cuya producción y posesión Estados Unidos es el rey, da para todo. Inclusive para que, en la ONU, los dueños del mundo hagan pataletas y amenazas, se desdibujen y lleguen hasta parecerse a muchachitos malcriados con insultos y amagues de irse a los golpes. El discurso bélico ha venido en fase de escalamiento.

Hace años, en los 80, Reagan (junto con doña Margaret Thatcher, emblemas y líderes del neoliberalismo y del imperialismo de aquellos días) llamó al libio Gadafi “perro loco”, y eso que el tipo, al que los gringos mandaron matar después, ni siquiera tenía cohetes ni armas de destrucción masiva. Tampoco las tenía, años después, el hombre duro de Irak (Sadam Husein), al principio aliado de Washington, al que Bush y su gallada ordenaron “pasar al papayo”.

Ahora, el mundo vuelve a estar en suspenso. Más por las desbarradas y baboserías del presidente Donald Trump, y de otro que le “da bomba” para provocar el pataleo, al que el gringo mono llama “el hombre cohete” (nada que ver con ciertas dietas populares acerca de la vigilia y el ascetismo carnal). Y digo que estamos de “pelo parado” más por la tropelía verbal del magnate-mandatario estadounidense que por los atrevimientos del tiranuelo de Corea del Norte.

No falta la señora avisada que advierta que, el norcoreano y el norteño, parecen dos “culicagados”. Aunque, claro, el “americano” ya camina por las arenas movedizas de la ancianidad. En la reciente asamblea de la ONU, en la que más de 50 países suscribieron el tratado de eliminación de armas nucleares, Trump se dejó ir (o venir) contra su émulo Kim Jong-un, de 33 años. Y amenazó con borrar del mapa a Corea del Norte.

Digamos que si en esos cruces (con vuelo de misiles) no estuviera implícito el destino final de muchos terrícolas, el asunto daba hasta para alquilar balcón, para apreciar con risas y palomitas de maíz a dos marionetas emputecidas (o enloquecidas) por el poder. “Con seguridad voy a domar con fuego al desequilibrado y viejo chocho americano”, dijo Kim, hijo menor de Kim Jong-il y de alguna de las muchas mujeres que este tuvo.

Ambos, en todo caso, parecen “perros locos”, a los que poco o nada les importa el asunto de eliminar el arsenal nuclear. Al contrario, les amaña seguir en pos de más armamento. Y puede ser, como dicen ciertos politólogos, que cuantas más armas se tengan, está más próximo el equilibrio entre las potencias. Los simples mortales que se vayan al carajo.

En la asamblea de la semana pasada, a nadie le importó, por ejemplo, que Sudán del Sur y Burundi estén al borde de un genocidio; ni las hambrunas en Nigeria, Somalia, Yemen y Sudán del Sur; ni nada que no tenga que ver con las enormes ganancias de las ventas de armas, o, sí, hay que promover ciertos conflictos civiles en África, a ver si se incrementan las transacciones de fusiles y metralletas.

El cuento hoy es que, en medio de la cohetería, un viejo gagá y un todavía joven baladrón pueden incendiar las praderas del mundo.

 

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