Interbolsa y los pecados de la regulación

César Rodríguez Garavito
19 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

Por azares del oficio de sociólogo, hace unos años terminé estudiando el mundo de la bolsa.

Bastaron las primeras entrevistas con elegantes comisionistas e impecables funcionarios de ésta para advertir lo que cualquier extraño habría notado: que la falta de regulación y supervisión dejaba un hueco por el que se podían colar los deshonestos y los oportunistas. Por ese boquete se vino abajo Interbolsa.

El agujero es doble. El primero tiene que ver con la autorregulación. Las firmas comisionistas y la misma Bolsa de Valores de Colombia (BVC) han defendido con éxito la idea de que ellos mismos pueden regularse y supervisarse. De ahí que los comisionistas hayan gozado de una especie de fuero: hasta 2006, las violaciones al código de ética bursátil eran investigadas por la BVC, que controlaban las mismas firmas comisionistas. Como sucede siempre con los fueros, las sanciones impuestas entre colegas son muy escasas. Según me contó un comisionista que había sido alto funcionario de la BVC, “el tema de ambigüedad de roles es complicado... uno en la bolsa se volvía empleado de los comisionistas, sancionador de los comisionistas y autorregulador del mercado”.

El evidente conflicto de intereses llevó a que la unidad que investigaba las violaciones a las normas de la BVC se convirtiera en una entidad separada, el Autorregulador del Mercado de Valores (AMV). Pero el organismo tiene funciones muy limitadas y aplica normas demasiado laxas. Ante la información sobre los posibles abusos y fraudes en Interbolsa, incluso el expresidente del AMV, Carlos Sandoval, ha tenido que reconocer lo obvio: “Tal vez la regulación es flexible” y “es importante pensar que sea mucho más estricta”.

El segundo agujero es el de la supervisión estatal, a cargo de la Superintendencia Financiera. Ya se ha dicho mucho sobre su responsabilidad por no haber detectado a tiempo las maniobras estilo pirámide con las que el Holding Interbolsa habría cubierto sus operaciones. Lo que no se ha dicho es que parte del problema es que la Superintendencia no tiene ni funciones precisas ni recursos suficientes para cumplirlas. No es claro dónde acaba la autorregulación y dónde comienza la supervisión de la Superintendencia, que termina dependiendo con frecuencia de la información de las comisionistas o la BVC. El enredo es mayor si se tiene en cuenta que a veces opera una puerta giratoria entre la BVC y la Superintendencia, como cuando Augusto Acosta pasó de la presidencia de la primera a la dirección de la segunda.

Por eso digo que cualquier observador externo habría podido advertir los riesgos que salieron a flote con el escándalo de Interbolsa. Por ejemplo, aunque uno de los socios de la firma había sido expulsado de la Bolsa de Bogotá por conductas irregulares, simplemente cambió de plaza y desde Medellín generó cuantiosas ganancias para la compañía, según Semana. Además, como el actual Autorregulador del Mercado tiene competencia sólo sobre las operaciones de las firmas comisionistas, estaba atado de manos frente a las operaciones sospechosas que hacía Interbolsa a través de otras empresas de su holding. Y la limitada Superintendencia reaccionó cuando ya era demasiado tarde.

De modo que no es cierto que el caso de Interbolsa haya tomado a todos por sorpresa. Los operadores bursátiles y los gobiernos sucesivos cavaron el hueco regulatorio que tan caro les saldrá a los accionistas y acreedores de Interbolsa, y a todos los que contribuyentes que tendremos que pagar con nuestros impuestos las condenas millonarias que se vendrán contra la Superintendencia.

Así que el problema no es sólo exceso de ambición, sino carencia de regulación. Ya va siendo hora de cerrar el agujero.

 

 

 

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