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J. K. Rowling ataca de nuevo

Andrés Hoyos
10 de abril de 2012 - 11:00 p. m.

J. K. Rowling, cuya famosa saga no he leído, acaba de poner patas arriba el ya de por sí convulsionado mundo de los libros electrónicos.

Su movida maestra, ahora tan obvia en apariencia, consiste en vender sin intermediarios los libros de Harry Potter en un website de su propiedad llamado Pottermore (www.pottermore.com). Así, la astuta autora se va a quedar con la máxima tajada (¿70-80%?) y meterá en cintura al resto de los jugadores del mundo editorial. Pese a que el anuncio se hizo apenas a fines de marzo, han agachado la cabeza y se han convertido en sumisos comisionistas Amazon, Barnes & Noble, el resto de los fabricantes de tabletas, los editores y los agentes. Falta por firmar Apple, una compañía acostumbrada a sacarle como mínimo el 30% incluso al papel toilet que se vende utilizando las aplicaciones para los aparatos que fabrica. Ya veremos, sin embargo, quién parpadea primero, si una autora tan poco necesitada de dinero que lo ha regalado a manos llenas o una compañía que corre el riesgo de que su milagroso iPad sea visto bajo una luz muy perniciosa: la de la codicia.

Lo importante es lo que viene luego. En el mundo de los libros físicos (o de los discos o de las películas), lo que está haciendo la señora Rowling es sencillamente impensable, mientras que en el mundo digital todo lo que un autor famoso necesitará de ahora en adelante será comprar una interfaz más que inventada, adaptarla a sus requerimientos y contratar cinco o seis proveedores expertos, todos los cuales trabajan por sumas fijas. Big Brother, acostumbrado a una dieta de grandes porcentajes, ha de estar sufriendo de una agriera colosal con la noticia.

La idea de la señora Rowling es que sus libros se puedan leer en cualquier aparato dotado de pantalla, para lo cual está dispuesta a distribuirlos sin encriptar (según el método conocido en inglés como “Digital Rights Management” o DRM), agregando sí una suerte de marca de agua que dirá quién fue el comprador original de cada copia. Habrá más piratería sin duda, pero también un margen mucho mayor con el cual amortizarla. De ñapa, la autora fija el precio de venta de sus copias digitales. O sea que, Harry Pottermore, corres el riesgo de convertirte en una mina de oro.

Algo me dice que la señora Rowling va a beneficiar en alguna medida a sus editores y agentes, en particular en lo que tenga que ver con las traducciones, cuyos derechos no le pertenecen. No lo haría por obligación, sino por gratitud. De otro lado, ¿quién impedirá que más adelante los músicos y los creadores de cine y televisión exitosos intenten algo parecido? El costo, en efecto, puede ser alto para estos últimos, pero la ganancia se anuncia todavía más alta.

El mundo de los no famosos seguirá como venía, incierto, pero la eventualidad de que los grandes generadores de ganancias agarren cada uno por su lado tiene una importancia imposible de minimizar. Entre otras, ¡qué actividad más peligrosa y en últimas detestable que pertenecer a la industria de los garitos digitales, donde las fuentes de rentabilidad pueden desaparecer de un día para otro como cualquier trasatlántico que se estrella contra un iceberg! Los panaderos, es cierto, ganan menos, pero también sufren menos úlceras que los que viven en el eterno temor de su súbita obsolescencia.

andreshoyos@elmalpensante.com@andrewholes

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