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Jugando a ser dios

Catalina Uribe Rincón
27 de agosto de 2015 - 04:22 a. m.

LA REVISTA THE ECONOMIST DE ESTA semana hizo un especial sobre una nueva técnica para manipular genes.

El artículo titulado “Editando a la humanidad” habla sobre CRISPR, una tecnología que permite editar el ADN de una manera mucho más simple, rápida y precisa. Los investigadores creen que con este descubrimiento podrán desarrollar terapias para la mayoría de enfermedades, incluidas el Alzheimer, el cáncer y el VIH.

Aunque los expertos afirman que pasarán años antes de que CRISPR se use para diseñar bebés con ciertas características, ya se han hecho algunos intentos. Los científicos chinos confirmaron que han utilizado esta tecnología para editar los genomas de embriones humanos. Por supuesto, las críticas no se han hecho esperar. Quienes desconfían de la ciencia en estos asuntos la acusan de jugar a ser dios y meterse en asuntos que no le corresponden a la humanidad.

Desde la antigüedad ha habido una preocupación constante por establecer los límites de la acción del ser humano, asociando esta capacidad con la virtud. En el Génesis, por ejemplo, varias de las historias hablan de cómo dios hace todo lo posible por evitar que los humanos crean que todo lo pueden. Esta resistencia divina la han interpretado los religiosos como una prohibición a que los humanos se involucren en asuntos relacionados con el inicio y el fin de la vida. De ahí que se cuestionen asuntos como la fertilización in vitro, la eutanasia y, por supuesto, la manipulación genética.

Es curioso cómo los mismos que se perturban por el genoma, no lo hacen con los pequeños tiranos de la historia. Hoy más que nunca estamos al frente de personajes que deciden saltarse el orden, las leyes, y las costumbres porque consideran que su poder los pone por encima del resto, incluso de dios. Nicolás Maduro, por ejemplo, en su soberbia dice recibir mensajes del cielo, por no decir que él mismo es el creador. Y, como las cosas no son como lo dicta la simple cordura, ningún purista religioso se manifiesta. ¿Qué hace que la arrogancia infinita de la política sea menos pecaminosa que la pequeña soberbia de la ciencia? ¿O hace parte de la soberbia de la religión decidir quién peca y quién no?

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