¿La adversidad trae ventura?

María Antonieta Solórzano
19 de julio de 2015 - 02:00 a. m.

Cuando la adversidad se nos aparece, la conciencia del dolor nos estremece. Nuestra alma se llena de incertidumbres y dudamos de la propia capacidad para soportar la pérdida que la vida nos propone.

Sin embargo, si permitimos que desde nuestro interior surja esa fuerza desconocida, podremos mirar de frente lo ineludible y hacerlo un valor sereno que nos anima.

En este escenario, la fatalidad comienza a impregnarse de facetas inesperadas que, como cinceles, nos esculpen para revelar nuestra esencia amorosa, para contarnos los secretos que la vida guarda.

Una mujer joven que acababa de tener a su primera hija, en un parto difícil y prematuro, contaba que las dos se debatían entre la vida y la muerte. Pero mientras ella se recuperaba, las condiciones de la recién nacida eran más delicadas.

En ese punto el médico pediatra le anunció que aunque la bebecita seguía luchando por vivir, sus complicaciones circulatorias ya estaban afectando su normal desarrollo mental.

Como era de esperarse, el impacto de la noticia inundó a la pareja con tristeza. Como padres contemplaron el adverso futuro que asumirían.

Ella relataba que se vio caminando en la vida junto a su hija y que, en su mundo interno y en su corazón, fue naciendo una madre que no soñaba ser. Notaba la clase de ser humano en el que se convertiría al amar incondicionalmente, aunque se alterara al darse cuenta de su propia mortalidad, notaba la espontaneidad con que construían una relación que toleraba el error.

Y es que las exigencias sociales de este mundo con frecuencia nos hacen dudar de la bondad del ser humano y de la misma existencia del amor, pero ella se dio cuenta de que experimentar el amor incondicional es una decisión, una ventura y una bendición.

Así que, cuando el médico anunció que la chiquita acababa de fallecer, ellos no sólo perdieron una hija sino su gran maestra de vida.

En ese pequeño lapso de tiempo, la niña la condujo por un viaje interior que la había transformado. Le había enseñado que, como el ave fénix resurge de las cenizas, de allí en adelante la fe en que toda experiencia adversa trae una ventura la sobrecoge. Le había mostrado que el amor incondicional es la mayor bendición en la existencia.

Diariamente recordaba con humildad que todo nos enseña, los hijos nos convierten en padres, la adversidad nos hace sabios y las bendiciones nos forman en la gratitud.

 

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