La asepsia como hábito

Jaime Arocha
31 de marzo de 2015 - 02:45 a. m.

La Sala Memoria y Nación busca sintonizar al Museo Nacional de Colombia con la Constitución de 1991.

Pese a la esperanza de que estos ¡24 años! de regirnos por la inclusión hubieran sido aleccionadores, salí con la sensación de haberme hallado ante un apartheid parecido al que la senadora Paloma Valencia propone para el Cauca, ancestralidad indígena vs. mestizaje nacional.

La muestra abre con el bastón de un palabrero wayuu, descrito como emblema perenne de la resolución no violenta del conflicto. Adelante, una corona de plumas que los payés cofanes siempre usan para curar con yajé, y otra de chumbes que ingas y camentsás de Sibundoy visten para los carnavales del perdón. Más allacito, un libro colonial cuya página abierta es sobre ortografía y gramática muisca, identidad prehistórica reforzada mediante objetos arqueológicos. Casi al frente el “Árbol de la abundancia”, cuadro del renombrado indígena nanuya Abel Rodríguez, para representar a los nativos ecológicos. Entre una y otra vitrina, varias tallas amazónicas, cuya ficha refuerza la atemporalidad de esas culturas: “La transmisión del conocimiento a partir de la oralidad, propia del pensamiento indígena ancestral, se evoca en estas piezas referidas al poder de la palabra y al mito de origen. Aun hoy (…) los abuelos sabedores se sientan en sus bancos de pensar el mundo con la ayuda de la coca y el tabaco sagrados (…)” Nada de los problemas territoriales del Cauca.

Diluida dentro de fusiones y mestizajes, la gente negra figura mediante el Bastón de las fiestas de San Pacho (2014) y el tapiz Travesías (2009). Negándoles crédito a esas personas, dicen que al primero lo elaboró “un indígena (para) la fiesta de (…) San Francisco, rebautizado San Pacho (a quien sacan…) de los templos hacia los barrios”. Silencio por Orula, la divinidad Yuruba escondida detrás del santo católico para obviar la persecución. Nada de que el Pacho se debe a que las deidades afrocatólicas son familia, y mucho menos que las procesiones son desde una catedral imponente, orgullo chocoano.

En cuanto a Travesías, hace parte de los once tapices que las mujeres de la Asociación Tejiendo Sueños y Sabores de Paz elaboraron para contar “el desplazamiento forzado del pueblo [de Mampuján, marzo 10 de 2000], la masacre de Las Brisas y los orígenes de nuestros ancestros africanos”. Un video ilustra cómo exorcizaron los horrores que cometió el bloque paramilitar Montes de María, pero guarda silencio ante la memoria que representa esa tela: el zarpe de un barco negrero a cuya popa llega una canoa con mercancía humana izada con lazos amarrados a pies y manos, para depositarla acostada una al lado de la otra en la bodega de proa, en tanto que la de popa tiene rejas para animales y personas. Los rebeldes que aparecen ahorcados en cada mástil testimonian una resistencia también acallada, quizás en consecuencia con la peculiar interpretación que aparece en la apertura de la muestra: “Sin distinción de creencias, filiación étnica o género (la Constitución de 1991) propone el diálogo, la justicia y la equidad”. La asepsia de identidades, ¿no era la esencia de la Constitución de 1886?

Nota: Infortunada la reimposición del rector Matilla en la Universidad Nacional. Gol a la democracia y a la excelencia académica.

 

 

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