Entre líneas

La carta del suicida

Juliana Muñoz Toro
24 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

El escritor francés Édouard Levé escribe Suicidio (451 Editores), un libro que, más allá de la historia que cuenta, se lee muy bien como una oda a la muerte. El final épico de la novela no es el poema que cierra con versos como “Estar solo me libera / El placer me decepciona / El amor me revela”, sino que el propio autor se suicida unos días después de entregarle este manuscrito a su editor.

El narrador dice que la muerte es un acto fundacional, así mismo es inevitable que esta obra se vista de un nuevo significado ahora que sabemos lo de Levé. No me inquieta si esto la hace más o menos valiosa, pero es indudable la oscura fascinación que sentimos por este acto performático, muy similar al de Sarah Kane, que se tomó 200 pastillas —entre antidepresivos y somníferos— tras escribir 4:48 Psicosis. Este monólogo retrata el delirio, la razón, el sueño y el recuerdo de una enferma mental.

Tanto Levé como Kane pudieron, quizá y sólo quizá, visualizar la estética de la pérdida, de la tristeza de los que quedan y se despiden y, al fin, se resignan: “estás más presente en mi memoria de lo que estuviste en la vida que compartimos. Si estuvieras vivo quizá te hubieras convertido en un extraño para mí”. Pero también se trata del hecho de que existan artistas a los que no les queda más remedio que seguir creando. Crean a pesar de la vida y del dolor. Crean hasta el último momento.

En la primera página de Suicidio, el protagonista se dispara de una forma precisa en la que incluso su cadáver sigue siendo bello. Aquí nos engancha la primera ficha de un misterio: el suicida no deja una carta de despedida, sino un libro abierto en la página que revela la clave de su muerte. Pero el libro se cae y la hoja se pierde para siempre. Sólo queda imaginar el porqué (acaso la imposibilidad de alcanzar la plenitud: “el placer señala la muerte del deseo y pronto del placer mismo”).

A eso se dedica quien escribe lo que podría ser una carta para el amigo que se va; y es el ausente el que logra un retrato completo en nuestra mente.

En cambio nos intriga el que nos habla, ya que no deja muchas pistas de sí mismo. Si omitimos el suicidio de Levé, podríamos sospechar que el narrador no se dirige a nadie más que a sí mismo para entender su melancolía, o acaso para justificar su futura desaparición: “Muerte, me haces más vivo”.

Es probable que esta novela no sea fácil de conseguir, sin embargo, la buena noticia de que este año la Filbo tenga a Francia como su país invitado hace más viable su hallazgo. Cruzo los dedos por ustedes.

julianadelaurel@gmail.com

 

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