Nadie manda tanto en China desde tiempos de Mao como el actual timonel Xi Jinping.
Deng Xiaoping, el pequeño timonel, que mandó mucho, nunca acumuló cargos; ni tampoco acumularon tantos los sucesores: presidente de la República, secretario general del Partido Comunista, presidente de las comisiones militares del Partido y del gobierno, y presidente del Consejo Nacional de Seguridad, institución de nueva planta que el mismo Xi ha inaugurado.
A los 38 años de la muerte del gran timonel, la quinta generación de líderes después de Mao ya no tiene complejos a la hora de atesorar potestades. No se ha desarrollado un culto a la personalidad al estilo maoísta, al menos todavía, pero hay una fuerte impronta personal en las decisiones y un gran acopio de poder efectivo. Se acabaron las direcciones colegiadas. Coincide con un hecho característico en este tipo de regímenes: China está de purga, como en los viejos buenos tiempos estalinistas: van cayendo en desgracia decenas de cuadros comunistas acusados del mayor delito que se puede cometer en tal tipo de partido: “graves violaciones de la disciplina”, eufemismo por la corrupción y el enriquecimiento ilícito propios de un capitalismo tan peculiar como el chino, desregulado en algunas cosas y autoritario en todas.
No es una purga cualquiera, como siempre las ha habido, ni una purga a medias como la que sufrió Zhao Ziyang, el secretario del partido que se negó a disparar contra los estudiantes de Tiananmen en 1989 y luego fue arrestado en su casa hasta su muerte sin acusación ni juicio. Esta es una purga a lo grande, por todo lo alto, como no la había desde la muerte de Mao. Ahora ha alcanzado a Zhou Yongkang, hasta 2012 uno de los nueve hombres más poderosos del país, zar de la policía y el espionaje, y patrono de la industria petrolera.
Xi Jinping lleva poco más de año y medio con las riendas en la mano, pero las sostiene con firmeza: saca pecho en política exterior, incrementa su gasto militar y descarta cualquier vacilación respecto a la autoridad indiscutible y exclusiva del papel del Partido Comunista. Dos de sus consignas merecen el dudoso homenaje de la cita obligatoria: la idea de que hay un sueño chino, comparable al sueño americano, y la apelación al combate contra tigres y moscas, símbolos de la corrupción, que ahora la caza de Zhou Yongkang ejemplifica en su grado máximo.
Hay que regresar de nuevo a la época de Mao para interpretar la actual temporada de purgas. Zhou pertenecía a la familia política de Jiang Zemin, líder de la tercera generación y patrono del gang de Shanghái. Su candidato a sucederle en la cúpula del poder era Bo Xilai, el patrono de Chongqing caído en desgracia después de que su esposa fuera condenada por asesinato. Todos los familiares y amigos de Zhou estaban bien colocados, como lo están también los de Xi y los de todos. La caza del tigre gigante es un cuento con moraleja: entérense de quién manda y de cuánto manda.
* Lluis Bassets