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La ciudadanía que falta

Augusto Trujillo Muñoz
07 de agosto de 2009 - 01:30 a. m.

Razona bien William Ospina cuando plantea, en este mismo diario (julio 25/09), el grave problema de la ausencia de ciudadanía, de sentido crítico, de iniciativa para formular proyectos de amplia convocatoria.

En torno a su artículo conocí luego textos de académicos como Miguel Ángel Herrera y Humberto Vélez Ramírez quienes, como William, centran su análisis en las razones que amenazan el rol del Polo Democrático como alternativa política.

En cambio resulta muy lineal su referencia a ciertos períodos históricos de algunos países americanos cuya evolución compara con la nuestra. Menciona a México en la década de 1910 a 1920; a la Argentina de Roca, Irigoyen y Perón; al Ecuador de Eloy Alfaro; a la Bolivia de mediados del siglo XX; a la Venezuela de Gómez y de Pérez Jiménez que, a diferencia de lo ocurrido en la historia de Colombia, “algo modificaron en el orden de las fuerzas sociales” y abrieron nuevos espacios políticos. No son felices tales comparaciones.

La revolución mexicana culminó en la adopción de una nueva Carta Política, resultado de una negociación entre revolucionarios agraristas como Villa y Zapata y revolucionarios constitucionalistas como Obregón y Carranza. Aquella Constitución casi centenaria, produjo uno de los partidos políticos más rígidos del mundo, el ‘PRI’, y bajo su vigencia se sucedieron fenómenos tan contradictorios como la solidaridad con Cuba y la matanza de Tlatelolco.

Bolivia hizo una revolución nacionalista en 1952. El nuevo gobierno nacionalizó grandes empresas mineras, transformó a los sindicatos en una especie de poder paralelo y suprimió el ejército. Bajo el liderazgo de Víctor Paz Estenssoro, Hernán Siles Suazo y Juan Lechín Oquendo, el Movimiento Nacionalista Revolucionario ‘MNR’ modificó el rostro del país. A muy poco andar las cosas cambiaron y medio siglo después tenía uno de los gobiernos más regresivos del continente.

Argentina, Ecuador y Venezuela no han modificado casi nada en el orden social. Roca fue un aristócrata progresista e Irigoyen una especie de José María Obando argentino. Perón y Pérez Jiménez tuvieron su versión colombiana en Rojas Pinilla. El radicalismo de Eloy Alfaro fue tan libertario como el de los radicales colombianos del siglo XIX, pero bastante más rígido. Estaba muy cerca del autoritarismo de Mosquera y muy lejos de la tolerancia de Murillo Toro. Tampoco resulta Ecuador un ejemplo de cambio para los colombianos.

La Constitución mexicana influyó –como la española de la segunda república- en el proceso de la ‘revolución en marcha’ que produjo la reforma constitucional de 1936. Desde allí se proyectó una juventud inteligente que dejó impronta en el pensamiento colombiano. De su capacidad para construir instituciones vive aún lo que queda de la vertiente más progresista del liberalismo. Echandía, los Lleras, Gaitán –con actitudes y posiciones distintas- fueron discípulos de López y del ala más liberal de la generación del centenario.

Fue aquella la generación que consolidó la vocación civil en la política. Antes de ella la historia dirigente era de caudillos militares, es decir, de guerras. Después fue de líderes civiles, es decir, de instituciones. Por débiles que sean y por amenazadas que estén, las instituciones colombianas compiten con las de México, Chile y Costa Rica, los países con mayor tradición republicana del continente. Preservar ese activo y construir democracia es una obligación de los dirigentes pero también un imperativo de los ciudadanos.

Hay unas normas en la Carta del 91 que trasuntan el pensamiento de Gaitán, de Molina, de García, de casi todos los que William menciona como cercados por la hostilidad del régimen; del mismo Fals Borda, que fue miembro del cuerpo constituyente. Sólo que se están quedando escritas, ahogadas en el exceso de voces, en el defecto de participación, en el discurso del lugar común, en la ausencia de iniciativa. Esa es la ciudadanía que falta.
 
En Colombia los políticos no hacen gestión, ni los electores ejercen controles. Ni aquellos representan ni éstos participan. En semejante crisis de ciudadanía la política se contamina, se desvirtúa, se pervierte. Probablemente lo que falta no son más voces dirigentes sino unas cuantas iniciativas ciudadanas. Y la ciudadanía empieza en la familia, en el barrio, en la comunidad local. Alguien dijo que democracia local es ciudadanía. Vale la pena estudiarlo.

Ex senador, profesor universitario.

atm@cidan.net

 

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