La Colombia creyente

Catalina Uribe Rincón
27 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Como sucede en todas las elecciones, los candidatos ya empezaron a buscar sus eslóganes y motores de campaña. Es curioso que esta vez haya más de un candidato apuntándole y definiendo su campaña alrededor de “los colombianos creyentes”. La senadora Viviane Morales empezó con una perla: “Convoco a las inmensas mayorías creyentes del país, al cristianismo todo, a los católicos y a los evangélicos a sembrar de valores esenciales la sociedad”. Le siguieron Alejandro Ordóñez y algunos miembros del Centro Democrático con sus constantes referencias a la “defensa de la familia” y “restauración de los valores”.

Pero acaso, ¿quiénes son los creyentes a los que apelan? ¿Cuáles son esos valores que tanto hay que rescatar? ¿En qué nos están invitando a creer? El discurso detrás de estas preguntas trae varios problemas, aunque aquí sólo mencionaré tres. El primero es que se parte de una falacia que presupone que el mundo, y en específico Colombia, está en un lugar terrible, que hay que salvar al país de las tinieblas en las que se encuentra, y que, de no hacerlo, las consecuencias serían nefastas. Pero para potencializar este discurso hay que estimular miedos, y sacar del clóset prejuicios y odios.

Lo segundo, es que asume que hay algo esencialmente bueno en qué creer. Se presupone que quien cree tiene una bondad intrínseca porque se autoimpone límites. Esto se convierte en un discurso de exclusión que se traduce en “todo el que no crea como nosotros” no pertenece a los buenos, atravesando la moral entre “nosotros” y “los otros”. Así, el que cree en algo distinto se convierte no sólo en un “no creyente” sino en una variedad de incontinente moral, a veces degenerado y peligroso, a veces sólo materialista y apático.

Lo tercero, es que el discurso de “los creyentes” se postula como condición de ciudadanía. Esto le quita a la espiritualidad su aura mística que la ubica en el corazón de los individuos. Seguir politizando la religión termina por quitarle el espacio de protección que antes tenía, violenta ese lugar sano y privado de los templos, donde durante mucho tiempo ni siquiera podían entrar las armas, y obliga a las personas a que simplifiquen su conciencia. La vida humana es muy compleja, la política en cambio sólo tiene un par de reglas.

 

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