La confianza

Santiago Montenegro
10 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

En estos tiempos en que se habla tanto de corrupción y de una economía que difícilmente crece al ritmo de la población —lo que quiere decir que el ingreso per capita está estancado—, es útil recordar que el desarrollo económico requiere tanto de empresas privadas, que produzcan libremente bienes y servicios para el mercado, como de un Estado que provea bienes públicos, como seguridad y justicia, que financia con impuestos a las personas y a las empresas privadas.

En esta ecuación, los conceptos claves son la confianza y la libertad que tienen las personas para producir y para consumir lo que creen que más les conviene, libertad a la que renuncian parcialmente para confiar que un Estado los proteja de la violencia y los abusos de los más fuertes y para que sancione a las partes que incumplen los contratos libremente acordados.

En este sentido, jamás podrá haber desarrollo dinámico sin economía de mercado y sin un Estado que provea esos bienes públicos fundamentales. Dependiendo de las condiciones históricas y culturales de cada sociedad, el Estado puede hacer otras cosas, además de la provisión de bienes públicos esenciales. En Europa occidental, por ejemplo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, se crearon los Estados del Bienestar, que se encargan de proveer también servicios universales en educación, salud, vejez y protección a las personas con discapacidad, servicios que financian con impuestos, que, muchas veces, alcanzan mas del 50 por ciento del PIB.

En el extremo opuesto están varios países de América Latina, como Colombia, que soñando con proveer servicios sociales como en Europa, tienen estados precarios, incapaces de lograr el monopolio de la fuerza legítima sobre todo el territorio, e incapaces también consolidar una justicia eficiente.

En esta forma, caímos en un círculo vicioso de un Estado que no es capaz de cumplir las funciones esenciales de su razón de ser y una economía precaria e informal, frenada por la falta de confianza para embarcarse en contratos que se extienden en el espacio y en el tiempo, precisamente los que exigen actividades de alta productividad y elevado valor agregado, que son los que más necesitan la existencia de un Estado creíble y eficiente. Porque el Estado es precario, la economía es igualmente precaria; y porque la economía es precaria, el Estado es también precario.

Nuestros gobiernos hacen reformas tributarias cada 20 meses y no logran que los recaudos de impuestos suban por encima de un 15 % del PIB, quizá solo tres puntos más de los que teníamos a mediados del siglo XIX. Esta situación solo cambiará cuando se entienda que la falta de confianza ha hecho que mas de un 50 % del PIB sea informal, plagado de actividades de bajísima productividad, de contratos a la vista y de transacciones en efectivo que no dejan traza para escapar del control y los impuestos.

Por supuesto, no estamos tan mal como en Venezuela, en donde decidieron erradicar al sector privado y lo que lograron fue acabar también con el Estado. El Estado de derecho lo transformaron en una dictadura que, a su vez, eliminó la justicia, la seguridad, la libertad y por supuesto la confianza.

En Colombia no podemos olvidar lo que olvidaron en Venezuela. Que la riqueza, antes que repartirla, hay que generarla. Y que quien genera la riqueza es el sector privado en un ambiente de genuina confianza y libertad.

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