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La degradación en video

María Elvira Bonilla
12 de enero de 2014 - 11:00 p. m.

Las redes sociales dan para todo. Para lo bueno y lo malo. Por eso con frecuencia distorsionan la realidad y logran confundir a sus seguidores.

Los protagonistas de esta tragedia humana son tres “machos” despreciables y una joven inexpresiva accedida sexualmente en medio del frenesí y el desplante pseudomachista de los tres personajillos. Parece que no sería un caso aislado sino indicativo de lo que con frecuencia se estila en “rumbas”, inspiradas en las fiestas y la “cultura mafiosa” que se impuso en el país y de la cual permanece su terrible marca en sectores y patrones de comportamiento de la sociedad no mafiosa.

Es un hecho aterrador, síntoma de una sociedad enferma, agravado, pues sus participantes no sólo grabaron su felonía sino que la colgaron en Facebook, como si fuera el colmo de la gracia. Se vanagloriaron de lo hecho y desafiaron a una sociedad indiferente. El violador le da la cara a la cámara para asegurar que su identidad quede nítida y es desafiante: “¡Ese soy yo, y qué!”.

Es claro que el exhibicionismo de las personas, especialmente los jóvenes buscando reconocimiento, alimenta a las redes sociales, pues éstas permiten volverse protagonista de sus actos y opiniones ante quienes los quieran ver. Los unos, ciudadanos anónimos, comparten fotos y videos donde aparecen como protagonistas de todo tipo de situaciones de su cotidianidad, incluidos momentos que se suponen de intimidad. Otros, especialmente los políticos, han descubierto en el Twitter un micrófono incorporado para compartir en vivo y en directo ideas, odios y resentimientos y hasta su rutina, como si a los demás les interesara.

Finalmente, el cinismo de los muchachos les puede resultar costoso, pues ya las autoridades investigan para judicializarlos e identificar a la joven: “se busca a Alejandra”, para que informe de lo sucedido. Aterra que muchos de los muchachos que han compartido el video, con sus comentarios burlescos creen no sólo que lo sucedido no está mal sino que vale la pena celebrarlo.

Contrastan estos instintos desbocados, sin respeto ni valores frente a sí mismos y los demás, con el fundamentalismo que se ha instalado en el país y que, a punto de prohibiciones y castigos drásticos e irreales (el último es la ley contra los borrachos, como la describió el presidente Santos), sueñan con que podrán corregir el comportamiento antisocial que se apoderó del país, en un vano, hipócrita y contraproducente empeño de recuperar lo que se perdió en las últimas décadas, sepultado por la violencia, la corrupción, la deslegitimación de la autoridad y la justicia, aderezado con la influencia perversa del narcotráfico con su penetración en todas los niveles de la vida en sociedad.

La responsabilidad, el respeto por el otro, el autocontrol, la ética ciudadana no se recuperarán a punta de castigos y de elevadas multas, que invitan al soborno del policía. Se requiere un proceso continuado de educación ciudadana, como lo logró en su momento Mockus en Bogotá; con unos papás que abandonen la actual complacencia con los excesos de unos hijos que consideran perfectos e intocables. Un sistema educativo que no sólo forme, sino que eduque. El vacío que se ha producido por ello lo ha llenado internet, que abre las puertas a un abrumador mundo de posibilidades, pero igualmente puede dinamitar la vida en sociedad. Una realidad alarmante que abruma y que seguro no se resolverá criminalizando los problemas.

 

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