La desbandada

Aura Lucía Mera
11 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Visualizo la plaza llena de palomas apestosas y carroñeras, peleándose por esas migajas de pan duro que les ofrecen y rodeando esa “manito” que reparte y saca de su bolsa de papel mugriento y engrasado esos pedazos. Para ellas, siempre hambrientas, siempre voraces, ese es su alimento. Se ven muy unidas… cuando, ¡zaz! La bolsa se acaba y la mano desaparece enfundada en el bolsillo de un abrigo ya motoseado por el tiempo.

Al levantarse de sopetón de la banca, esas cucarachas del aire se asustan, se sienten abandonadas y salen en desbandada atropellándose entre ellas y picoteándose para volar y arrimarse a otro abrigo motoseado, que saca la mano y abre una bolsa grasienta para repartir los mendrugos.

Un ritual que existe y existirá mientras se permitan palomas carroñeras en las plazas y manos grasientas con bolsas grasientas que reparten mendrugos grasientos. ¿Quién es responsable? ¿Las plazas, por aceptar las palomas? ¿Las palomas, por revolotear incesantes a ver qué pueden tragarse? ¿O las manos que abren las bolsas y reparten?

Qué fue primero: el huevo o la gallina; quién sembró el árbol de manzana en el paraíso; por qué la serpiente estaba enroscada precisamente en ese árbol; por qué los ceros valen o no valen si siempre son ceros; por qué... por qué… y así hasta el infinito o hasta que san Juan agache el dedo.

Se repite lo de siempre: los partidos políticos dejaron de existir, gracias a Dios, hace muchísimos años. Lo que sucede es que hasta ahora se acabó la guerra inventada por ellos mismos y aupada por EE. UU. para justificar sus fechorías y ponerlas en mano ajena; no habían caído en cuenta...

Se acabaron la Guerra Fría, la Unión Soviética, el comunismo; las Farc entregaron las armas y los políticos, que no sostienen una sola idea, no están comprometidos con nada que no se trate de ellos mismos, se quedaron de repente sin ideologías, sin enemigos oficiales, sin eslóganes populistas, sin a quien achacarle todas las desgracias del mundo, y sin brújula.

El pararrayos de esta desbandada y el chivo expiatorio de todo ahora es el actual presidente, Juan Manuel Santos. Las palomas carroñeras, que se hartaron de mermelada, de migas, de comilonas, y vivían arrimadas como pichones desprotegidos debajo de las naguas de la gallina ponedora, ya no saben para dónde coger. Traicionan a su presidente, todavía en funciones, de la forma más grotesca. Me las imagino incómodas si las invitan a Palacio, cuando meses antes se abrían de patas para estar en “la lista”.

Otra vez este baile grotesco. Desde mi punto de vista, y “a título personal”, este de ahora me parece todavía más grotesco. El presidente Santos logra poner fin a más de medio siglo de sangre y la clase política y elitista, porque no es el colombiano raso, esa gran mayoría que jamás sale en ninguna encuesta porque jamás le preguntan nada, sino esa clase política aburguesada, en su egoísmo, que jamás vivió el desarraigo, ni la muerte, ni la pérdida de sus tierras, lo odia ahora, lo culpa de todo.

Aves carroñeras que le quieren sacar los ojos al que les dio poder y apoyo. Aves que buscan desesperadas zafarse de sus compromisos para denigrar lo que hasta hace poco defendían.

Se esperaba esta desbandada. Pero no tan oscura ni matrera. Presidente Santos: a usted lo quieren despedazar a dentelladas secas y calientes. Personalmente, le doy las gracias por haber detenido el desangre del pueblo colombiano. Siga adelante y no se deje picotear por esas palomas carroñeras ávidas de mendrugos a cualquier precio. Siga con la frente en alto, volando como las águilas, que jamás escarban migajas en el suelo. Su vuelo ya remontó las alturas. Un precio muy alto, ¡pero lo logró!

 

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