La desintegración social aqueja a la isla de San Andrés

Columnista invitado EE
19 de julio de 2017 - 11:23 a. m.

Por: Erick Betancur Pérez*, especial para El Espectador, San Andrés

¿Ha escuchado hablar acerca del mar de los siete colores? Es la fantasía y encanto de muchos, pero cómo no enamorarse de estas preciosas islas que integran el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Dicho encanto ha estimulado a lo largo del tiempo, el crecimiento desmedido de la población. En especial San Andrés ha vivido ciertas oleadas inmigratorias, las cuales han conformado la actual población sanandresana, desde los raizales (pobladores ancestrales) y los que llegaron del centro del país y fuera, y su descendencia en las islas o nativos no-raizales, y los ‘fifty-fifty’ (hijos de raizales y residentes).

Todos estos configuran la amalgama sociocultural de las islas. Sin embargo, la llegada de estos diferentes grupos ha sido discordante cronológicamente hablando, generando tensiones entre estos grupos, dado la competencia frente a los pocos recursos, sumando al detrimento cultural de la isla, que se evidencia con la disminución de las personas que hablan creole en San Andrés, a diferencia de las hermanas islas de Providencia y Santa Catalina donde poco se usa el castellano y las tradiciones nativas se encuentran más generalizadas en la población, tanto raizal como no raizal.

En dicho escenario, la sociedad de San Andrés se encuentra actualmente en dificultades para entablar vías de diálogo intercultural efectivo, sin que estén atravesadas por intereses meramente económicos, y de los cuales surjan acuerdos que beneficien al total de la población y no a un solo sector. Al contrario, lo que tenemos es un panorama donde el egoísmo está a la orden del día, siendo el individualismo su bandera. El beneficio personal prima hasta por encima del bienestar de los demás. Lo cual incluye a los gobiernos de turno y ciertas instituciones, cuyas decisiones parcializadas tienen poco alcance en cuanto al beneficio de toda la comunidad, complementario a los problemas de corrupción, además de que los hurtos a turistas y residentes aumentan, al igual que el narco y micro-tráfico y sus dinámicas de violencia.

Las condiciones laborales

Por otro lado, las limitantes que existen, en materia laboral, para aquellos que no han nacido en las islas y no posean la tarjeta expedida por la  Oficina de Control, Circulación y Residencia (OCCRE) , obliga a estos habitantes irregulares a optar por la informalidad laboral, la cual se beneficia de una u otra manera del turismo. Este último, uno de los temas más delicados del Archipiélago, dado que el fuerte de las islas es el turismo, debería estar mejor atendido y controlado, no sacrificando calidad por cantidad, exponiendo tanto a turistas como al medio ambiente a condiciones deplorables.

Hoy nos encontramos con una isla en medio de la desintegración social y su individualismo, con grandes riquezas culturales, pero que no han podido desarrollar sus potencialidades al máximo, en gran parte, por la ausencia de sinergias. Las islas, de por si siguen siendo bellas, pero delicadas, se encuentran amenazadas por la sobre explotación y el mal cuidado, como en el delicado caso de las basuras.

Esta situación que se vive en la isla, le incumbe a todos y todas, tanto a turistas, como a raizales y nativos no-raizales, incluyendo al gobierno e instituciones. Trabajando individualmente no lograremos nada, en nuestra unión subyace la fuerza para un cambio en el que todos nos veamos beneficiados.

Para finalizar, quisiera hacer un llamado a la reflexión en torno a la relación que tenemos con aquellos que consideramos otros y con el lugar en que habitamos. ¿Será que en la paz solo están comprometidos el Estado y ciertos grupos? o más bien ¿Es algo que nos incumbe a todos, incluida la tierra en que vivimos?

 

* Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia sede Caribe

 

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