La familia disfuncional

Daniel Pacheco
28 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Las Farc son una familia. Y como casi todas las familias, también son disfuncionales. Uno se puede quedar fijado en que son asesinos porque han matado o secuestradores porque han secuestrado, pero incluso bajo los ojos más castigadores, las Farc han demostrado en estos meses que son un grupo donde hay fraternidad interna y un proyecto político que incluso dejando las armas se ha consolidado aún mas. Narcoterroristas es una descripción pobre para la familia que estamos por recibir en Colombia.

Estoy en la Zona Veredal Transitoria de Normalización en Mesetas, Meta, una de las más grandes del país, donde alrededor de 600 guerrilleros del Bloque Oriental ven pasar los días de forma muy similar a como han visto pasar los últimos 54 años. Debajo de carpas, viviendo sobre piso de tierra, lejos de todo, con ducha, cocina, baño y vida comunitaria. Se despiertan, forman, tienen instrucción, sigue órdenes, hacen la rancha (labor de cocina) y prestan guardia. Pero ahora están “en paz” y eso cambia todo.

Aunque se supone que los civiles no deberían entrar a los campamentos, las Farc quieren ser vistas y son anfitriones generosos. Quieren ser vistas inicialmente para mostrar que el Gobierno se ha movido muy lentamente con los compromisos básicos del proceso de cese al fuego y reincorporación (a veces parece que no tienen idea de que es apenas la prueba inicial del incumplimiento del Estado). La nueva lucha (y es legítima) es con cámaras y micrófonos para mostrar que el agua potable en este punto veredal es traída en carrotanque por la Defensa Civil, las letrinas son fosas temporales de medio metro en el monte, no hay aulas, habitaciones o caminos construidos. La bota pantanera es todavía bien de primera necesidad, a pesar de que la de Mesetas es una de las zonas más grandes y accesibles del país, a unas seis horas de Bogotá por tierra.

Pero sentí además que nos dejaron entrar a su campamento porque las Farc quieren ser vistas de una forma menos coyuntural.

Alejandro es el guerrillero encargado de darnos la comida cuando llegamos, después de las nueve de la noche, tardísimo en hora guerrillera. Como no hay platos, un ítem personal, y no hay guerrilleros despiertos para pedir prestados, Alejandro pregunta si comemos “en familia”. Me lleva a la cocina (con estufa vietnamita a pesar de que también tienen gas) y explica que se refiere a comer varios de la misma olla.

Las Farc siguen siendo desafiantes y parece a veces que nunca lo dejarán de ser y que aún no entienden por qué todo el mundo los acusa de serlo. Lo son, pero ahora quieren y pueden compartirlo, desde los territorios que han ocupado. Quieren contar que ellos se alzaron en armas obligados hace más de medio siglo por los ataque del Estado, quieren gritar que “la muerte no es muerte cuando se lucha por la vida”, como dice la consigna, etc., etc.

Al salir del campamento le digo a Aldilever, el comandante, que ellos necesitan más visitas de burgueses que de grupos de izquierda. Más debate y menos fraternalización. “Si la burguesía no nos derrotó con sus armas, menos lo van a lograr los argumentos de burguesitos como usted”, me dice con una sonrisa. Lo dudo, y a esa lucha sí me le mido. Esta familia disfuncional sin armas sí se puede convencer de algún día avergonzarse como nos avergonzamos todos cuando toca de nuestra familia.

 

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