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La inercia del presente

Rafael Rivas
31 de mayo de 2015 - 12:10 a. m.

El Gobierno y las Farc tienen que llegar a un acuerdo de paz, que incluye compromisos sobre cómo cambiar el país, a pesar de estar en desacuerdo en su manera de entender la realidad.

Exagerando poco, para el Gobierno y gran parte de la opinión pública, las Farc son una organización criminal, con ideas políticas simplistas, con las cuales están en desacuerdo. Para las Farc, el Estado colombiano es una entidad ilegítima, que está capturada por los ricos y que muchas veces acude a la violencia ilegal para defender sus intereses.

Las Farc han sufrido la violencia paramilitar desde hace años. Y el Estado no siempre ha podido, y a veces no ha querido, ponerle freno a la colaboración de miembros de las Fuerzas Armadas con los grupos paramilitares, que con frecuencia son también narcotraficantes. En resumen, las Farc se consideran víctimas ellas mismas: víctimas del Estado, víctimas de una violencia peor que la que ejercen y víctimas de la desigualdad social. Y el Estado y la opinión pública las considera victimarios.

Alterar estas diferencias de percepción va a ser imposible. Basta con ver que los antiguos integrantes del M-19 todavía insisten que tenían razón en empuñar las armas cuando lo hicieron y que solo se justificó dejarlas cuando cambiaron las circunstancias. ¿Por qué habrían de ser diferentes las Farc?

Esa es la realidad del entorno de las negociaciones. Complica alcanzar las transacciones a las que hay que llegar en el tema de la justicia transicional. Habría que suscribir acuerdos insatisfactorios, que las partes no podrán defender sin violentar su percepción de la realidad, en aras de supuestos beneficios de la paz. Dado que es imposible conciliar dos visiones tan diferentes de la realidad, es necesario defender un acuerdo acudiendo a una visión de lo que sería el futuro sin conflicto, haciendo menos énfasis en el pasado.

Eso explica por qué el Gobierno ha insistido, sin mayores argumentos serios, que la economía crecerá a una tasa mucho más alta luego de un acuerdo de paz. Lo cual tendría la ventaja adicional de permitir que se comprometa a mayores gastos, puesto que en un país más rico habría más ingresos tributarios. Pero en medio de la desaceleración, esta visión, que siempre ha sido un poco acomodaticia, es más difícil de concebir que en medio de la bonanza petrolera reciente. La capacidad de autoengaño requiere un ambiente externo favorable. La alternativa más razonable consiste en promover la visión de una sociedad más pacífica, más tranquila, sin tanta violencia. Esto es, por simple definición, lo que significa vivir en paz y no se debería menospreciar. Pero como muchos de los elementos que generan violencia seguirán existiendo, a la opinión pública le ha sido difícil imaginar este tipo de futuro, tan distinto de su pasado. Y ahora que se han recrudecido los episodios de violencia, es una tarea todavía más difícil.

Esta es una mala hora para las negociaciones de paz. La interpretación del pasado y la percepción del futuro están conspirando en contra. Por el momento, quizás lo único a favor es la inercia del presente: el hecho mismo de estar negociando y haber recorrido un trecho importante. Razón de más para tratar de aprovecharla.

 

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