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La jaula de los micos

Andrés Hoyos
26 de julio de 2011 - 11:00 p. m.

Quizás sea oportuno mirar lo que pasa en Estados Unidos con la óptica cínica del gran Henry Mencken, cuya famosa frase viene como anillo al dedo: "La democracia es el arte y la ciencia de administrar un circo desde la jaula de los micos".

 

Lo que está en juego allí es ni más ni menos que la joya de la corona, o sea, la institución que ha dado prosperidad y preponderancia a Estados Unidos desde hace 70 años: hablo del poder de imprimir una moneda que todo el mundo acepta, así como del poder de vender deuda denominada en esa moneda y con rendimientos muy bajos. Sin embargo, los micos de la jaula están bravos y no se les ha ocurrido nada mejor que emprenderla a martillazos contra la corona.

¿Qué es lo que pasa? Aunque el problema tiene y ha tenido mil ramificaciones, en una cápsula sería el siguiente: la decreciente mayoría blanca, anglosajona y protestante (los famosos wasp) cada vez se traga menos lo que ve como el futuro mazacotudo y pardo del país. La mayoría de los wasp quiere volver al pasado, sólo que como de costumbre el pasado no forma parte de la oferta política por la sencilla razón de que ya pasó. Y vaya si la franja lunática invoca algo ocurrido hace mucho tiempo. El Tea Party original se celebró en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando los ingleses todavía enviaban viceroys a sus colonias de Norteamérica (más adelante, Viceroy sería una marca de cigarrillos). Claro, lo normal es que si alguien se disfraza de soldado de George Washington en pleno siglo XXI, pronto empiece a cometer locuras.

De particular fastidio para los de la jaula es el mestizo, mitad negro y mitad blanco, que hoy preside el país. Ellos consideran que Obama es una aberración y no lo bajan de comunista musulmán camuflado. En las tertulias del Tea Party se habla de desmantelar lo más pronto posible el tímido y complicado sistema de salud que Obama instauró cuando todavía ejercía un tenue control sobre ambas cámaras del Congreso. Y ni hablar del gasto anticíclico en el que el gobierno federal debió incurrir para evitar que el país —y por ahí derecho el resto del mundo— cayera en una depresión económica de alcances incalculables: ese gasto, piensan ellos, hay que cauterizarlo para mañana es tarde.

Ahora bien, ¿Obama sí es el gallo para medírseles a estos iracundos primates? Probablemente no. El presidente, de forma notoria, se ha abstenido de recoger los guantes que le viven tirando desde la jaula, lo que exaspera a los liberales de racamandaca, tipo Paul Krugman o Frank Rich, que ya quisieran verlo vestido de gladiador, dando y recibiendo mandoblazos en el Coliseo. Pero no, Obama fijó su Línea Maginot en un territorio muy moderado y ahí se mantiene.

Aparte de abundar en amenazas, la situación abunda en paradojas, pues si es peligrosa para el Partido Demócrata y su presidente, lo es tanto o más para los republicanos. Los del Tea Party quieren condenar a este partido a una condición de eterna y decreciente minoría, destino ingrato si lo hay. Los dirigentes republicanos toda la vida se han situado muy a la derecha, pero no solían ser mesiánicos delirantes de remate, como los de la jaula.

¿Piensa usted, doña Pepita, que esto sucede a miles de kilómetros de aquí y que no importa que allá los monos del norte quieran desatar un tsunami? Pues siento decirle que lo más probable es que el tsunami, de desatarse, también arrase con muchas casas como la suya.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

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