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La ley del péndulo

María Elvira Samper
02 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

Desde el gobierno Betancur, que se aventuró a buscar una solución negociada del conflicto interno, hasta hoy, hemos pasado del entusiasmo por la paz al entusiasmo por la guerra en un movimiento pendular que se ha caracterizado por altas dosis de voluntarismo y buenas intenciones, y muy pocas de realismo y rigor en el análisis de los factores en juego.

Así lo señala el historiador Jorge Orlando Melo en un artículo sobre las negociaciones de paz (julio de 2001), donde afirma que —desde Betancur hasta Pastrana— la discusión se daba en el plano de los buenos deseos, que la necesidad de paz tenía tanto peso en la sociedad que impedía aceptar la realidad y pensar en forma racional, y que los críticos eran con frecuencia tildados como enemigos de la paz.

Algo similar, pero en clave de guerra, sucedió durante los ocho años del gobierno Uribe. El deseo, la intención y la urgencia de derrotar a la guerrilla por la vía militar se ganaron el corazón de las mayorías, y la ilusión del fin del fin, alimentada por el Gobierno con exceso de triunfalismo, negó la posibilidad de pensar en una solución distinta, y los partidarios del diálogo fueron estigmatizados como aliados del terrorismo.

Hoy estamos de nuevo en el terreno de la solución política, y las conversaciones de La Habana presentan variantes con respecto a los intentos anteriores. Hay buenas intenciones del Gobierno, apoyo mayoritario al proceso (71%, según la encuesta Gallup de diciembre), un análisis de la dinámica de la guerra más ponderado y realista, una guerrilla debilitada, mucho menos entusiasmo y optimismo moderado. Los fracasos y la desconfianza en las Farc nutren el escepticismo general, que se profundiza con actos como el reciente plagio de tres contratistas en Chocó y de dos policías en el Valle, y el anuncio de que se “reservan el derecho” de secuestrar a miembros de la Fuerza Pública. Una carga de profundidad con hedor a chantaje para medirle el aceite al Gobierno, que además aporta munición al expresidente Uribe y a su corte, que tienen todas las fichas puestas en la casilla del fracaso con miras a recuperar el poder perdido. ¡Qué paradoja! Las Farc sirviendo a los propósitos de la derecha más recalcitrante.

Otro factor diferenciador es el de llevar los diálogos en la mayor confidencialidad para no alimentar falsas expectativas y mantenerlos lejos del acoso de la prensa y los espasmos de las chivas, como sucedió en los otros casos, pero el hermetismo no parece estar jugando a favor del proceso. No sólo 56% de los entrevistados de la encuesta ‘Colombia Opina’ (noviembre) desaprueba el manejo de la información por parte del Gobierno, sino que los espacios de silencio que éste deja son copados por los voceros de las Farc y, sobre todo, por los uribistas, enemigos del diálogo. ¿Cuándo entenderán en la Casa de Nariño que en eso que se llama comunicación fallan en materia grave? El Gobierno no puede darse el lujo de dejar en manos de sus enemigos y detractores la interpretación de los hechos y de lo que sucede en La Habana. El péndulo puede estar moviéndose de nuevo en la dirección del entusiasmo por la guerra.

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