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La lista Falciani

Juan David Ochoa
21 de febrero de 2015 - 02:18 a. m.

Viene estallando progresivamente, fragmentado y lento, el escándalo social y financiero más grande de la década.

La duda anticipada de un cataclismo similar en lo que resta del próximo lustro no es exagerada. Lo exagerado es justamente lo que sucede ahora: la confirmación de que la banca internacional, centrada ahora en el exclusivo banco británico HSBC, ha sido evidentemente lo que se creía: la caverna privada y secreta del lavado y de la evasión fiscal de los mayores capitales del mundo. Un sismo tan alarmante que los mismos medios han intentado difundir con el matiz del susto por la trascendencia que puede alcanzar en los mismos términos políticos, sociales y financieros: los tres pilares de la realidad, los tres sustentos de toda la confianza.

Hervé Falciani, antiguo empleado del banco célebre, ha decido hacer pública la información que durante épocas enteras había permanecido en el bunker del misterio. Y aunque hasta ahora la difusión no haya sido genérica y detallada por las demoras de una investigación exhaustiva, que estará próxima a publicarse con nombres propios y en su totalidad cuando la investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) y el propio Le Monde (a quien Falciani entregó la caja de pandora) hagan su trabajo delicado, la información central ya es evidente y pública, y en términos prácticos puede usarse para sospechar las consecuencias que tienen ahora temblando de terror a los dueños del fisco del planeta.

En palabras mayores, en las mismas palabras que no quieren oír los prestigiosos implicados, el escándalo no es exclusivamente económico, ni compete únicamente a las entidades protectoras de los flujos financieros. El escándalo es profundamente político y social, y acapara las realidades de la geografía abierta, porque lo que explica el hecho ahora confirmado de que todas las grandes riquezas del mundo estén evadiendo los impuestos obligados para que el balance económico esté efectivamente en equilibrio, es que efectivamente el mundo falla en todo el ideal de su estructura en que se confiaba medianamente hasta hoy, y que toda la realidad que creíamos medianamente funcional, incluso en el dolor del escepticismo, es concretamente una farsa redonda y absoluta.

El desastre es la confirmación del nihilismo y la caída de la última credulidad. Y todo se oye evidentemente exagerado y alarmista en descripción, pero resulta más exagerado y alarmista el segundo secreto del escándalo. Ha resultado entonces que los capitales fugados no son solo de las de estrellas de Hollywood, de los magnates Ingleses o de la mafia China o Italiana o de la centroamericana de Tijuana o Sinaloa, sino de los mismos gobiernos democráticos actuales, que en el ya sospechado maremágnum de la corrupción resguardaban sus tajadas cósmicas en las bodegas suizas, protegidos por un pacto secreto de confidencialidad bancaria que no era más que el pacto de silencio de la delincuencia unida.

Las consecuencias, suponiendo la efectividad y la independencia de los jueces para cada caso y cada región, son astronómicas, o deberían serlo, porque estaríamos hablando de un juicio sistemático a todos los sectores conocidos, y a la posibilidad de que esa economía desaparecida de este desastre de mundo pueda ser rehabilitada.

La confianza en ese fin ideal podría ser también otro delirio entre la ya inamovible arquitectura de los intocables, por supuesto.

 

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