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La locura del poder

Fernando Araújo Vélez
25 de mayo de 2014 - 03:00 a. m.

Para ellos no hubo ni señalamientos ni persecuciones, y mucho menos, camisas de fuerza o electroshocks.

No hubo quien siquiera insinuara que el poder los hacía delirar, que las ansias por ese poder los habían llevado al exceso, la imposición, la fuerza, la trampa, la mentira y la guerra y a la muerte de miles. Si alguna vez alguien se atrevió a decir que estaban locos, lo hizo en voz muy baja, mirando a su alrededor para que no hubiera testigos, y se lo dijo a un confidente. Locos, los que tiran piedras en las calles, habrán dicho ellos, los poderosos. Locos, los que piden una limosna. Locos, los que se creen Napoleón o Bolívar o San Martín, pero ni siquiera les alcanzan los ahorros para una chaqueta con hombreras. Locos, los que silban en los parques. Locos, los que se enamoran, los que hablan con las estatuas, los que las decapitan, los que se suben en un banco para gritar las verdades a las que la humanidad les rehúye, las verdades que ellos, los poderosos, nunca han querido escuchar.

Como todo lo saben, como todo lo han sabido desde la sensatez que sus subalternos les atribuyen, decidieron sentenciar que los otros —usted y él y yo— los criticamos por envidia, e hicieron de esa envidia la razón de las razones, que se multiplicó con los años por miles de cientos de miles. Envidia, dicen, por mis carros, por mi casa, por mis vestidos, por mis empresas, por mi inteligencia, por mi sabiduría, por mi cordura, envueltos en su arrogancia.

Jamás han pensado en la posibilidad de que los criticamos porque no respetan los contratos. Ellos pueden no cumplir con lo acordado y firmado, pero nosotros, no. Si son tus jefes, pagan cuando quieren y como quieren, y hacen lo posible para que no haya vacantes en ningún sitio. El desempleo les favorece, pues con él, imponen sus condiciones: el miedo como arma. La ignorancia también les favorece, porque inmersos en ella no hay comparaciones ni demandas: la estupidez a su servicio. Siguen imponiendo sus condiciones. Nunca han pensado en la posibilidad de que los despreciamos porque nos arrasan, y no es sólo la explotación de la que hablaba Marx. Nos arrasan, nos humillan, nos limitan, nos minimizan, nos acorralan y, un día al año, dejan caer sobre nosotros, sus súbditos, migajas de sus riquezas, y una sonrisa y un saludo, tal vez. Pretenden que les agradezcamos, y lo peor es que lo hacemos, simplemente porque no tenemos alternativa. El poder en un mundo en el que sólo importa tener, sumar y multiplicar, es la verdad, es la justicia y la cordura. A fin de cuentas, hace muchos, muchos años, nos convencieron de que ellos no son locos, no pueden serlo. Son excéntricos.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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