La mala naturaleza

Tatiana Acevedo Guerrero
02 de septiembre de 2017 - 10:00 p. m.

En 1987 un barco transportó 3.000 toneladas de basura desde Nueva York hasta Belice, en Centroamérica, y de regreso. Después de meses de viajar, la basura que había salido volvió para quedarse. La voltereta la dio porque la ciudad no la quería y quienes la echaron en el barco creyeron que algún sitio más pobre la aceptaría sin preguntar y por un precio adecuado. “Quémenla, entiérrenla, recíclenla, o mándenla en un crucero por el Caribe” fue la sugerencia del entonces alcalde de la ciudad, Ed Koch. Lo que no quería (ni él ni nadie) era verla u olerla. Finalmente, como nadie quiso recibirla por miedo a sus posibles componentes tóxicos, la basura fue incinerada donde se originó, en Nueva York.

Así es la historia de la basura: hace parte de la ciudad, es la “mala” naturaleza, la naturaleza urbana más cotidiana. La de Bogotá se mandó para el borde sur cuando en Patio Bonito (localidad de Kennedy) la comunidad se organizó para no dejar entrar más camiones de basura a Gibraltar, el botadero que entonces hospedaban. Otro botadero, El Cortijo (en la localidad de Engativá), ya había sido cerrado. Así, Doña Juana, entre los barrios de Mochuelo Alto y Mochuelo Bajo, en la localidad de Ciudad Bolívar, es hoy el botadero oficial de la capital desde 1987.

Desde el principio se supo que como solución el nuevo vertedero era temporal y que en pocos años se iba a quedar chiquito. A través de los 90, la migración hacia Bogotá, acelerada por el conflicto armado, se ancló, entre otras localidades del sur, en Ciudad Bolívar. En 1997, 1.500 toneladas de residuos explotaron en Doña Juana por acumulación de gases, causando una grave emergencia ambiental. Sin embargo, la ciudad siguió adelante acelerada. Pese a que, desde 2010, voces de alerta anunciaron las afectaciones en la calidad de vida de los barrios de alrededor, no pasó nada significativo hasta octubre de 2015, cuando rodaron miles de toneladas de basura en una madrugada. Para entonces se acercaba diciembre, el mes en que más basura se recibe en Doña Juana, y distintas medidas a tiempo hicieron que se pasara la página sin mucha bulla mediática. Con el tiempo, el asunto se capitalizó políticamente y unas u otras soluciones se convirtieron en asuntos de votos. Además, funcionarios relacionados con la prestación del servicio de aseo, de 2007 a 2011, están siendo procesados por mal manejo en las tarifas.

Hoy vuelve a alzar la voz la comunidad que rodea al basurero y su relleno. En semanas recientes, campesinos y habitantes de los sectores de Mochuelo Alto y Bajo protestaron por la contaminación debido a la acumulación de basuras. Como lo hicieron los vecinos de Gibraltar en los 80, los vecinos de Doña Juana bloquearon la entrada y salida de los camiones recolectores, con llantas y piedras. La administración Peñalosa ha respondido en cuatro frentes: ha culpado al operador por lo que sucede, informado sobre el aumento en tarifas de aseo, anunciado también la extensión (en tiempo y espacio) del relleno. Finalmente, ha enviado al Escuadrón Antidisturbios de la Policía, Esmad, a lidiar con la movilización.

Mientras el Esmad enfrentaba a quienes protestaron, la basura seguía su camino. Pues no sólo está la más visible de colores blanco y gris, que se queda un ratico quieta y luego se entierra. Hay otra basura que sirve de cuna y comida a ratas, cucarachas y moscas de todos los tamaños que no se asientan en Doña Juana, sino que se mueven y corren y vuelan por las panaderías y los almuerzos y los colegios de Simón Bolívar y Usme. Y otra, que no es sólida sino líquida. Los lixiviados, aguas negras o amarillas, ácidas y podridas que escurren de la basura, también se mueven. Fluyen hacia el río Tunjuelo, que desemboca en el río Bogotá, y se vuelven aire en el sector.

 

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