La misión de Temer

Danilo Arbilla
30 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

La gente exagera: dicen que el presidente Michel Temer le ha puesto bandera de remate a Brasil. No es tan así.

Tampoco se trata, precisamente, de que Temer trate de salvar su futuro político. No es eso. No está en sus manos, sea lo que sea que haga. Su misión no es otra que hacer lo que ningún gobierno electo haría ni ningún candidato propondría.

El estado de la economía del Brasil, entre las diez mayores del mundo, requiere terapias dolorosas; y eso es lo que tiene a su cargo Temer. Por eso se ha o lo han mantenido en el poder, si no, no se explica. Dilma Rousseff perdió el cargo por mucho, muchísimo menos de lo que se le denuncia y acusa a Temer, en materia de corrupción.

Es que de lo que se trata es de la economía. Brasil, también uno de los países con mayores desigualdades, tiene que dar un golpe de timón brusco. Es lo que hace Temer; tiene un serio y creciente déficit fiscal y pone a la venta cerca de 60 activos del Estado entre aeropuertos (14, uno de ellos el de Congonhas, de San Pablo), terminales portuarias, plantas de generación y distribución eléctrica, la propia empresa estatal, la lotería, la Casa de la Moneda. La Amazonia todavía no, pero ya han flexibilizado las normas para la explotación minera, lo que ha generado muchas protestas.

El Gobierno espera recoger de estas ventas entre 14 y 15.000 millones de dólares que buena falta le hacen. Además, se quita de encima parte de un aparato que desequilibra cualquier presupuesto y desangra el país.

Por supuesto que con esto no basta. La misión o tarea encargada a Temer contempla o incluye seguir con las medidas de ajustes, algunas tan resistidas —como necesarias— como un nuevo régimen para las relaciones laborales y modificaciones al sistema jubilatorio.

Es claro que hacer todo eso no es fácil y es lo que explica la permanencia de Temer. La protesta social puede aún crecer mucho más —el paro o desempleo (12,1%) hoy es casi el doble que el del 2014 (6,8%)— y es un costo muy alto.

Y Temer es el que se tiene que hacer cargo. Para eso es presidente y continúa siéndolo.

Mientras tanto, hay quienes tratan de sacar su ganancia de todo esto. El caso más notorio es el de Lula que por la vía de la politización y el recurso electoral pretende escapar de la justicia que le sigue varios juicios por corrupción y ya lo ha condenado a nueve años y medio de prisión.

Esto, además, resulta algo paradójico por cuanto la recesión que sufre hoy Brasil —caída del 3,8% en el 2015 y del 3,6% en el 2016—, lo que no ocurría desde hace 85 años, así como el aumento de la desocupación, de la deuda y del déficit son consecuencia de la gestión, demagogia, derroche e irresponsabilidad populistas de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) y particularmente los de Lula.

Pero ese no es el sentir de hoy y el recuerdo de la gente y es lo que explota Lula.

De todas maneras, habrá que ver hasta dónde Lula puede seguir con su juego. Hasta dónde le será permitido. En Brasil es diferente, hay fuerzas que importan y deciden mucho y están allí. Que deciden, por ejemplo, que Temer siga en la Presidencia para cumplir con la necesaria e impopular tarea de realizar el ajuste.

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