La misión en el Vaticano

Nuestros embajadores en el Vaticano siempre se han distinguido por ser personas muy importantes. El presidente Núñez designó a su gran amigo y paisano Joaquín F. Vélez, quien fue candidato presidencial y suscribió el Concordato con el secretario de Estado, monseñor Mariano Rampolla del Tíndaro (1887). Después serían representantes allí, tras ser presidentes, los conservadores José Vicente Concha y Miguel Abadía Méndez y luego el liberal Enrique Olaya Herrera. Se presentó una situación muy particular con tan importantes exmandatarios: que los tres fallecieron ejerciendo el cargo. Precisamente este año (18 de febrero) se cumplieron 80 del fallecimiento de Olaya. Ante ese sino, no había expresidente, y tampoco candidato, que se le midiera a ocupar tan importante misión. Después de algún tiempo hubo uno, expresidente, que se atrevió: el maestro Darío Echandía. Afortunadamente, gozó de buena salud, como también Carlos Arango Vélez, candidato presidencial y abuelo de Andrés Pastrana. Sin embargo, quien murió durante su misión fue el papa Pío XII (9 de octubre de 1958), de una enfermedad muy extraña: hipo.

El maestro Echandía fue designado varias veces en el Vaticano e hizo una muy buena gestión; entre otras, la revisión del Concordato (22 de abril de 1942), que suscribió con el cardenal Luigi Maglione, pero jamás entró en vigencia porque no se produjo el canje de notas de ratificación.

Guillermo León Escobar, de un parecido extraordinario con Pavarotti, es el actual embajador, nombrado originalmente por el presidente Uribe, y luego de un interregno el presidente Santos volvió a hacerle la designación con la misión de conseguir la visita del papa a Colombia. Y lo logró, gracias a que se mueve como Pedro por su casa en la casa de Pedro. Además, como Pavarotti, tiene voz y voto. Pero fue una misión difícil. Me cuentan que debió dar una pelea como David y Galat.