La olla a presión colombiana

Alvaro Forero Tascón
19 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Las dos concepciones sobre las posibles consecuencias del proceso de paz pueden resumirse con la figura de la olla a presión.

Los que apoyan la solución política del conflicto con las Farc consideran que hay que desactivar la olla a presión que representa una sociedad dominada por un conflicto armado. Los que no aceptan el tránsito de las Farc a la legalidad consideran que el potencial de explosividad social y política de la olla a presión es tan grande que solo es posible evitar un estallido presionando firmemente la tapa militarmente.

El castrochavismo es la figura de la olla explotada. Surge del convencimiento de que no es posible abrirla lentamente para pemitir que vaya saliendo el vapor hasta desactivarla. Que la democracia, las instituciones, la economía, no tienen la fuerza suficiente para sujetar la tapa de la olla sin que explote, porque no confían en éstas y creen que solo gobiernos de corte autoritario y la militarización permanente del país pueden garantizar la estabilidad política para mantener el modelo económico.

El tránsito del comunismo a la democracia es la figura de la apertura gradual de la olla. Se basa en que las reformas —y la implementación de la paz es un paquete de reformas— son el mecanismo de modernización de la sociedad, porque los conflicos sociales, económicos y políticos que generan la explosividad de la olla solo se solucionan con cambios paulatinos, pero sobretodo, con más y no con menos democracia.

Ambas visiones coinciden en la explosividad de la olla colombiana, pero unos creen que hay que desactivarla paulatinamente con los mecanismos democráticos, y otros que hay que mantener el statu quo porque las condiciones económicas y sociales hacen imposible atajar la llegada del comunismo al poder.

Los primeros confían en que los grandes avances sociales colombianos de las últimas décadas, especialmente el tránsito a la clase media de millones de personas, son suficiente protección contra modelos económicos fracasados como el venezolano. Que la conversión de la extrema izquierda de violenta a democrática le dará un mayor control al sistema político, y en el mediano plazo mayor estabilidad y legitimidad. Y que las instituciones colombianas son más fuertes que las de países vecinos que sucumbieron fácilmente al autoritarismo populista de izquierda.

Los segundos desconfían profundamente de la sostenibilidad del modelo económico, de las virtudes de ampliar la democracia, y de la capacidad de las instituciones. Mantienen el “trauma Gaitán”, con la idea de que el pueblo colombiano es proclive al alzamiento en contra de las minorías pudientes a causa de la profunda desigualdad. Que como Cundinamarca no es Dinamarca, acá se deben usar métodos menos democráticos para asegurar el orden.

La tesis de que la olla explota si se intenta abrir lentamente es más fácil de entender que la que dice que el brazo de la democracia es capaz de regular la presión. La primera tiene además la ventaja comparativa de que produce miedo, mientras que la segunda requiere de esperanza y optimismo, mucho más escasos. La primera tiene décadas de historia, de odio, pero sobretodo, de legitimidad, porque el modelo político colombiano se estructuró y unficó sobre la tesis de la defensa contra el comunismo violento.

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