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La paz que se celebra mostrando los misiles

Santiago Villa
08 de septiembre de 2015 - 02:17 a. m.

China sacó sus juguetes de guerra, entre ellos misiles que pueden llevar ojivas nucleares. El país asiático está enviando un mensaje al mundo y a su propia gente.

El día jueves los ojos del mundo, pero en particular los de Estados Unidos y Japón, estuvieron puestos en la Plaza Tiananmen y su avenida Chang'an, que significan respectivamente, la Puerta a la Paz Celestial y la Paz Eterna.

El motivo: un desfile militar para conmemorar los 70 años del fin del conflicto contra Japón (1937 - 1945); o más exactamente, la liberación lograda por China luego de 8 años de una invasión japonesa que cometió muchas de las atrocidades más sanguinarias de la Segunda Guerra Mundial. Atrocidades por las que el gobierno actual de Japón considera que no debe disculparse.

China, el país que ya es la segunda potencia económica mundial, se ha convertido también en una de las principales fuerzas militares. Esto quedo ampliamente demostrado con la exhibición de 500 armas pesadas de guerra, desde misiles de largo alcance para ojivas nucleares hasta tanques anfibio, y 12.000 militares marchando en sincronía por la avenida, frente a los pesos pesados del Partido Comunista de China y a los líderes de los países que asistieron a la conmemoración. El evento, que parecía más un espectáculo, contó con docenas de cámaras que trasmitían en vivo las imágenes desde grúas, poleas, automóviles, helicópteros y aviones.

La lista de países que asistieron dice mucho sobre el actual sistema de relaciones internacionales de China, que ha construido un clientelismo de largo alcance, mantenido amigos de lealtad quebrantable en el ajedrez geopolítico, y de invitados con intereses menos mezquinos.

Nicolás Maduro, por ejemplo, tenía que asistir a la celebración para recibir los 5.000 millones de dólares que permiten mantener en respiración artificial a su régimen, que ya tiene el tufo de un mal negocio para los dirigentes de China, arrepentidos de haber comprometido tanto en un país cuya dirigencia disfuncional tiene los días contados. Desde hace mucho Venezuela dejó de ser rentable, y su relación desde una perspectiva económica es tan incómoda como, visto desde una perspectiva política, lo es su cercanía ya histórica con Corea del Norte y el régimen de Kim Jong-un. En ambas situaciones quedaron encartados.

Curiosamente, no asistió el dictador Kim, pero sí su contraparte de Corea del Sur, la presidenta Park Geun-hye, que fue la líder que recibió el segundo lugar de honor para observar el desfile, al lado de la primera dama de China. Park, a diferencia del clientelismo de Nicolás Maduro, busca fortalecer sus lazos con China para lograr su apoyo para, probablemente, acelerar un proceso de reunificación de las dos Coreas.

El principal invitado de honor fue Vladimir Putin, de Rusia, que entre los países poderosos es hoy, junto con Brasil, el aliado más importante de China. Pero la relación con Rusia ha sido de amor/odio desde el triunfo de la Revolución Comunista de China en 1949. Estuvieron a punto de ir a la guerra durante la década de 1970, a causa de las ambiciones territoriales de Rusia en la frontera occidental de China (tensiones políticas que motivaron los acercamientos de Mao Zedong y Richard Nixon). Ahora son dos gigantes que se cubren la espalda, mientras Rusia intimida a sus vecinos occidentales.

No asistieron, por supuesto, los líderes de Estados Unidos, Japón o Europa (salvo el presidente de República Checa, Milos Zeman), aunque todos enviaron representantes.

Sin embargo, Evan Osnos, corresponsal para China del New Yorker, publicó el viernes un artículo en el que ponía de relieve que el componente más importante del desfile militar no es el mensaje de fuerza que estaba enviando a los países extranjeros, sino el mensaje de fortaleza para la audiencia local; para los chinos sacudidos por una demoledora crisis bursátil y la persistente desaceleración económica.

"Yo me sentí orgullosa de mi país mientras veía el desfile", me dijo una china amiga en Beijing. Supongo, entonces, que cumplió ese objetivo.

@santiagovillach

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