La paz, ¿una ley habilitante?

Lorenzo Madrigal
20 de octubre de 2014 - 03:20 a. m.

Un documento algo insolente fue el que sirvió de respuesta oficial de la Presidencia a la carta del procurador general. No parece redactado por Juan Manuel Santos, sino por algún abogado litigante de aquellos que, enfurecidos, acusan o defienden ante jurado, estilo Perry Mason.

No estoy muy seguro si Santos es abogado (London School of Economics ). No se entiende cómo pretende darle cátedra sobre normas constitucionales, sin el respeto mínimo, a quien puede amonestarlo como a cualquier otro funcionario público. Cuán distante se ve ahora Alberto Lleras, singular presidente civil, quien se llamó a sí mismo el primer empleado público del país.

Todo podrá decirse del procurador Ordóñez, hasta que tiene algún parecido con Laureano Gómez y se lo dicen como ofensa que él recibe con orgullo, pero nadie le desconoce su trayectoria jurídica, sus conocimientos clásicos, sus estudios que pueden no ser los del fiscal general, permisivos y abiertos a todo acomodo y a toda modernidad, pero los de Ordóñez tienen un gran asiento en las normas fundamentales.

El presidente Santos, inamovible en su segundo —abusivo — período, comienza a padecer el síndrome del poder absoluto. Él está hoy en día por la abolición de la reelección, de la cual tomó provecho oportuno, y busca el equilibrio de poderes, para aquello de los pesos y contrapesos. Vaya. Cuando alguien que puede amonestarlo, no juzgarlo, le llama la atención y le pide “la información que considera necesaria” (277, 9, C.N.), se ofusca y llama a sus asesores, que le redactan renglones sustanciosos en lo jurídico, pero de tono altanero, en contra del procurador de la Nación.

La Fiscalía, politizada, respalda a Santos; el fiscal se pelea con el procurador y éste es cercano a Uribe. Dicho sin atenuantes. Hay, de todos modos, un juego político. Pero el procurador merece respeto, dentro de las formas y normas jurídicas. Y no debió ser el presidente, hablando de lo que no domina, el autor del escrito, aunque sí Néstor Humberto, su voz fantasma enfrentado al jalón de orejas del Ministerio Público.

No llamó a somatén el orgulloso presidente Lleras Restrepo cuando fue amonestado por el procurador Mario Aramburo, en acto casi heroico que lo constituyó en paradigma de procuradores. No se limitó Aramburo a intervenir en procesos judiciales, como Néstor Humberto pretende circunscribir al procurador. Lleras intervenía en el debate presidencial mediante discurso en el Inem de Kennedy y razón tenía Aramburo en regañarlo, pues los resultados de las urnas podían ser, como fueron, objeto de indebida intervención oficial.

Ojo avizor debe tener el país frente a cualquier desliz de autoritarismo en el puesto presidencial, cuando la vecindad está plagada de absolutistas reelectos y permanentes en el mando supremo. No reverdece la primavera democrática en América Latina.

 

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