“Hoy en las democracias se presenta una gran frustración e insatisfacción de los ciudadanos con la política… el discurso político perdió su significado moral”. Lo afirma Michael Sandel, filósofo político y profesor estrella de Harvard, en entrevista reciente publicada en la www.las 2orillas.co.
Colombia claramente no es la excepción, como se aprecia en la actual campaña electoral carcomida por el desánimo y el desinterés, donde brillan por su ausencia ideas y propuestas que le lleguen al elector, al colombiano de a pié.
Solo se oyen insultos y descalificaciones entre los candidatos, intercalados entre lugares comunes que nada dicen – “Ustedes me conocen”, “Todo por la paz”, “Soy el número uno”… -. Lo que sí se destaca son las escandalosas, preocupantes y dicientes cifras del costo de una campaña al Senado – ¡entre 3 y 5 mil millones de pesos! -. Con millones pretenden sustituir las ideas, las propuestas y el compromiso con los ciudadanos-electores. A punto de “billete venteado”, repartido sin medida ni clemencia; sumas que luego, en los cuatro años siguientes, el elegido debe recuperar por medio de sus influencias e intrigas; mucha de la corrupción en la política nace de la necesidad de los candidatos de financiar una campaña que es cada vez más costosa.
Ni hablar de los movimientos presupuestales- electorales del Ejecutivo que empiezan a materializarse luego de ser asignadas o mejor repartidas las partidas y los contratos previo a la entrada en vigencia de la formal e inefectiva Ley de Garantías, que no es más que “la hoja de parra” para cubrir piadosamente la desvergüenza de unos enormes gastos con aroma electoral. Práctica común en tiempos electorales, catapultada por la funesta figura de la reelección del Presidente de la República que a la brava se le injertó a un régimen hiperpresidencialista como es el colombiano.
Volviendo al profesor Sandel, este sostiene que la crisis de la política se origina en que el discurso político – en términos de debate y propuesta – “perdió su significado moral… olvidó la importancia que para la política tienen los debates éticos sobre la Justicia, el Bien Común y las obligaciones recíprocas de los ciudadanos entre sí”. Y que esa discusión, el debate político, debe darse con la participación de la voz ciudadana que es, según él, “el asunto más importante de los ciudadanos en una democracia”.
Nuestro debate político elude los asuntos de fondo de una sociedad en crisis ad portas de un profundo remezón político, originado en los Acuerdos de la Habana que, buenos o malos, son hoy una necesidad sobre la cual ya poco se discute. Un debate ético, no simplemente técnico u operativo, que aborde los fundamentos de nuestro orden social y las reglas de convivencia que habrán de regirlo, relacionados con la Justicia, el Bien Común y las obligaciones recíprocas de los ciudadanos entre sí, como bien lo plantea Sandel. Y de esos asuntos no se oye salir ni una palabra de la boca de quienes pretenden hacer parte del Congreso que tendrá la responsabilidad constitucional de llenar dichos acuerdos, de contenidos concretos.
Mientras tanto, “el asunto más importante de los ciudadanos en una democracia… tener una voz reconocida para discutir los asuntos propios de los valores y la ética” , sigue desconociéndose. Por algo a la fecha, es impactante la magnitud del voto en blanco. La izquierda más dividida que nunca va a despilfarrar el logro de Petro en términos de opinión, pues no tienen candidato que lo pueda aprovechar electoralmente (Antonio Navarro perdió su gran oportunidad). Marta Lucía Ramírez enfrenta el desafío de darle expresión política y electoral a una protesta ciudadana y conservadora contra el ocaso del conservatismo como alternativa renovada de poder, algo que a muchos les suena a contrasentido político y casi que ontológico: que desde la orilla conservadora, se origine una movilización de renovación de la política y de independencia frente a las amarras clientelistas. La empresa, desafiante e inédita en nuestro cerrado y precario escenario político, es respetable y Marta Lucía Ramírez la tiene clara y se la va a jugar.