La política como negación de sí misma

Augusto Trujillo Muñoz
21 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Los populismos de todos los signos se están expandiendo peligrosamente. Sin embargo su origen no es gratuito. El término tiene connotaciones polisémicas pero el fenómeno es universal. Trump en Estados Unidos y Le Pen en Francia, Ukip en Inglaterra y Podemos en España, Maduro en Venezuela y Hofer en Austria, son una respuesta irresponsable a largos años de manejo irresponsable de las dirigencias tradicionales.

El discurso populista se expresa antagonizando la relación entre el pueblo y las élites, o entre un país y otro, o entre un sector y otro dentro del mismo país. El populismo carece de preocupaciones doctrinarias. No le importan las ideas sino los caudillos. Su prioridad es el poder personal y sin controles, lo cual propicia el abuso y niega derechos de otros. En sociedades plurales, ese carril de una sola vía hace de la política la negación de sí misma.

El populismo es cortoplacista. Como en una frase socorrida, sus protagonistas piensan en la próxima elección pero no en la próxima generación. Ofrecen peligros para el régimen de libertades de las personas y de los grupos sociales, para el Estado de Derecho, para la democracia. Sin embargo el auge que ahora presentan es resultado del agotamiento de ciertos modelos políticos imperantes e inoperantes.

Este populismo del siglo xxi se inauguró en América del sur por cuenta de Venezuela. A pesar de su capacidad de liderazgo y de su talante caribe, Chaves fue incapaz de buscar consensos, salvo si giraban en torno suyo. Probablemente cumplió un papel al poner de presente algo que ya sabíamos pero en lo cual no reparamos: nuestros países vienen creciendo con el centro de gravedad situado afuera. No supo evitarlo y su adocenado sucesor naufragó en la farragosa incertidumbre del socialismo del siglo xxi.

En América del norte lo inauguró Trump y ha servido no solo para desconocer los avances obtenidos en el gobierno de Obama, sino para proyectar una amenaza sobre el mundo. Eso supone el empobrecimiento de la actividad pública. El populismo termina sirviendo tanto para defender una idea como su contraria. Alguien ha dicho que el populismo es el estado líquido de lo que, de tiempo atrás, se llama totalitarismo.

En Colombia está en crisis la idea de lo “políticamente correcto”. Por ahí se coló un populismo que, revuelto con el clientelismo tradicional, se convirtió en una mezcla peligrosa para la democracia. Con ese amasijo se visten los políticos que buscan éxito sobre la idea de crear enemigos internos e impedir que la verdad lastime su caudillismo. Tales características son notorias en el Centro Democrático y en Cambio Radical. Ambos usan los coscorrones ya sea en sentido literal o figurado. Pero no asumen la política como una vía para el consenso sino para la confrontación.

Ese entorno, como dice el periodista Omar Rincón en “Razón Pública”, es un producto del trabajo de las élites políticas y de los medios de comunicación, sobre todo radiales y televisivos, más que de la gente misma. Sin embargo la vida cotidiana se ha impregnado de exclusión y de intolerancia. Es increíble. La política, como siempre, supone debate pero, hoy, está obligada a construir consensos. No puede ser de otra manera en una sociedad plural que se pretenda democrática. Pero Colombia no va en esa dirección. Buena parte de su cúpula insiste en asumir la política como una negación de sí misma.

*Ex senador, profesor universitario. @inefable1

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