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La Presidencia familiar

Tomas Eloy Martínez
07 de noviembre de 2007 - 03:01 p. m.

A mediados de 1992, en el fragor de la campaña por la Presidencia de Estados Unidos, el candidato demócrata Bill Clinton dejó caer una frase osada que le valió una tormenta de críticas: "Buy one, get one free" ("Compre uno, lleve el otro gratis"). Aludía a la capacidad de gestión de su esposa Hillary, con cuyo consejo contaba para gobernar. Aunque Hillary no cumplió funciones oficiales hasta una década más tarde, cuando fue elegida senadora por el estado de Nueva York, nadie puso en duda el peso decisivo que tuvo durante las dos presidencias del marido.

Hillary y Bill Clinton son desde hace mucho los modelos políticos de Cristina y Néstor Kirchner, con los que comparten algunos detalles biográficos. Se conocieron en la universidad -los cuatro estudiaron Leyes; los Clinton en Yale, los Kirchner en La Plata- y se lanzaron a la política casi al mismo tiempo. Los dos fueron gobernadores de sus estados natales antes de aspirar a la Presidencia; y las dos mujeres ocuparon posiciones dominantes en el Senado: Cristina desde 1995, ocho años antes de que su marido llegara al gobierno nacional; Hillary desde 1999, cuando ya Bill se retiraba.

Las diferencias entre las dos parejas son, sin embargo, más ilustrativas que las semejanzas. Cuando Clinton dejó la Casa Blanca después de gobernar durante dos períodos consecutivos, lo hizo sin que la idea de la reelección le pasara por la cabeza. Cambiar las leyes en su beneficio personal es algo inconcebible para un demócrata que ha jurado defender las instituciones.

Es difícil pensar lo mismo de Kirchner, que fue elegido tres veces gobernador de Santa Cruz, su provincia -en 1991, 1995 y 1999- luego de modificar la Constitución a su favor. Nadie podría tampoco imaginarlo repitiendo lo que Clinton le propuso cuando se reunieron en Nueva York el 26 de septiembre: "Si son presidentas, hagamos lo que nos ordenen". En broma, Kirchner respondió que se veía como futuro jefe de protocolo.

Cristina Kirchner tuvo más fácil la ruta que Hillary para llegar a la Presidencia. Las encuestas la favorecieron por márgenes amplios y nadie compitió contra ella dentro de su movimiento político, el Frente para la Victoria, uno de los nombres de batalla con que sobrevive el peronismo. Sus adversarios se presentaron muy divididos y no avanzaron a paso rápido en la carrera. Tres de ellos también se declararon peronistas.

Había otros opositores más vigorosos: el matrimonio formado por el ex presidente Eduardo Duhalde y su esposa Chiche, y los inestables alcaldes de las ciudades que crecen alrededor de Buenos Aires. La conveniencia hizo que los últimos cerraran filas detrás de Kirchner, pero siempre han sentido por Cristina una antipatía visceral. No le perdonan sus raptos de intolerancia, su tendencia a la confrontación, su independencia política, su desdén por las liturgias del peronismo tradicional.

Uno de esos caudillos contó, indignado, que jamás se habían visto fotos de Eva Perón colgadas en sus despachos. Con Kirchner, en cambio, se sintieron cómodos discutiendo situaciones de poder, lugares en las boletas electorales, tajadas del presupuesto. CFK -como la llaman algunos, para evitar familiaridades- los pone nerviosos. Parece que no entendiera los rodeos de las negociaciones y que prefiriera mandar, no negociar.

¿Qué puede esperar la Argentina de ella, ahora que ha sido elegida? También cabe preguntarse qué se puede esperar de Kirchner, dando por sentado que no aceptará una retirada gris.

Uno de sus amigos supone que le será difícil no seguir dando órdenes. Lleva en eso 20 años. Ha contado que al Presidente le disgustó el lema de campaña con el que se lanzó su esposa: "El cambio recién empieza". Sólo lo aceptó cuando le explicaron que, bien leído, sugería que CFK iba a continuar la transformación iniciada por él. Sus asesores saben que a partir del cuarto año se acentúa el desgaste de los que mandan y que su esposa tiene una imagen positiva que le permitirá afrontar los riesgos de los errores pasados.

Kirchner deja tras de sí innumerables problemas sin resolver. Los dos mayores son casi endémicos: las deficiencias en la salud y en la educación. Ambas son hijas de la pobreza, que alcanza por lo menos a la mitad de los argentinos -aunque las estimaciones oficiales digan otra cosa- a la vez que son caldos de cultivo para una pobreza mayor. Los salarios de los médicos y de los maestros siguen siendo vergonzosos, y en las provincias hay docentes que ganan más dedicándose a trabajos domésticos. La corrupción y las décadas de autoritarismo engendran estragos que tardan en verse.

A Néstor Kirchner lo favoreció una tasa de crecimiento sostenida, pero los fondos para acrecentar la capacidad productiva están agotándose y los inversores extranjeros miran hacia otros lados. Todo indica que, después de los primeros seis meses de tregua que se suele conceder a los gobiernos nuevos, CFK podría enfrentar problemas serios. La inflación, el déficit de energía, los desbordes callejeros, la corrupción en el transporte y en la concesión de obras públicas: todo lo que hasta ahora fue encubierto por los discursos amenaza con salirse de madre en la realidad.

Como su esposo, Cristina no tolera el disenso, lo rehuye, y eso puede volverla desconfiada con los que no piensan igual que ella. Los gobernantes argentinos mantienen desde hace más de medio siglo una relación de mutuo rechazo con los intelectuales. El poder desconfía de la libertad y del desenfado para pensar e informar, que es la razón de ser de los intelectuales, y los intelectuales desconfían de las exigencias autoritarias del poder, que rara vez consiente la crítica o la denuncia.

Hace ya varios meses, un funcionario próximo a CFK -y uno de los ministros más probables en su nuevo gobierno- opinó en privado que nadie podría cuidar mejor el legado de Kirchner que su esposa de tanto tiempo.

"Después que ella cumpla cuatro años de buen gobierno", dijo, "el Presidente (Néstor) podría regresar por otros cuatro, mucho más fuerte que ahora. Cristina se retiraría entonces. Volvería al Senado y entraría en la historia".

Ése es un cálculo demasiado fácil, repliqué. ¿Y si el gobierno de la esposa resulta tan bueno que habría consenso para reelegirla? ¿Dónde, entonces, quedaría parado Néstor Kirchner?

"Eso es algo que no está previsto", respondió.

* Novelista y periodista argentino, dirige el programa de Estudios Latinoamericanos en la U. de Rutgers. c.2007 Tomás Eloy Martínez.

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