La razón de ser de la política

Augusto Trujillo Muñoz
28 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

La política es debate, controversia, polémica, pero no para buscar el enfrentamiento en el seno de la sociedad sino para superarlo. La razón de ser de la política es construir acuerdos posibles. Las elecciones son para definir mayorías y la deliberación política es para construir acuerdos. Quien la use para sembrar conflictos no hace política, la niega.

He escrito varias veces sobre este tema en esta misma columna y en cada texto repito que, si bien los colombianos suscribieron el pacto político y social contenido en la Constitución del 91, no se comprometieron con el ejercicio de una pedagogía adecuada para consolidarlo. La democracia es una conquista cotidiana cuyo sentido exige una civilizada interrelación con el otro.

La política supone una ética. Hoy debería ser impensable que el jefe de un Estado se atreva a manejar una crisis que compromete los derechos, la integridad y la vida misma de los ciudadanos exclamando, como en tiempos de los bárbaros, que “esa batalla está sabrosa”. Sin embargo acaba de ocurrir en nuestro infortunado país vecino del este. Eso es la negación más grosera de la ética.

El derecho tampoco es posible sin la política. Por eso cualquier política que polarice y llame al enfrentamiento de la comunidad conspira contra el Estado de Derecho. Fomenta una cultura tribal y privilegia lo autoritario sobre lo deliberativo. El siglo xxi se anunció como un período esperanzador, que traería consigo un tránsito de la confrontación hacia el diálogo, es decir un retorno a formas políticas aptas para la convivencia, cuya fuerza moral derrumbara muros no solo físicos sino culturales, empezando por el muro de Berlín.

A poco andar cambiaron las percepciones y las realidades. La ideologización sobrevivió como dogma laico y un renovado capitalismo hizo trizas la añeja emulsión del socialismo del siglo xxi. Se consolidó un mundo global que, más allá de sus conquistas, resultó incapaz de garantizar la gobernanza. Quizá sea más exacto decir que no tuvo interés alguno en hacerlo. A sus nuevos dueños les bastaba el incremento de su poder sin controles mientras el Estado, como convidado de piedra, se resignaba a regular, más en términos prohibitivos que permisivos, la vida cotidiana de los ciudadanos.

En la medida en que el Estado liberal contemporiza con aquellas situaciones, surgen los populismos de todos los signos. Y, como en tiempos de los bárbaros, el presidente de la inefable potencia del norte vocifera sobre su caprichoso afán de construir muros, como si no hubieran sido suficiente ejemplo de vergüenza los que, contra la voluntad de los ciudadanos y contra la unidad de las familias, se construyeron en el pasado.

Colombia no sale aún del pantano movedizo de su conflicto secular, y ya buena parte de su cúpula político-mediática está realimentando semillas bélicas. Como si no fuera suficiente ejemplo de vergüenza la irresponsabilidad dirigente que desató la violencia del medio siglo XX. En semejante escenario solo parece quedar la sociedad civil para recuperar la razón de ser de la política. Probablemente Gaitán tenía razón: el pueblo es superior a sus dirigentes.

*Exsenador, profesor universitario.

@inefable1 

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