La realidad de la salud

Cartas de los lectores
23 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Muchas voces se han alzado desde el momento en que se conoció que el señor ministro de Salud, doctor Alejandro Gaviria, estaba afectado por un cáncer linfático. Voces, todas ellas, de solidaridad; voces de aliento, que expresan votos porque él recupere plenamente su salud. Y a todas esas voces yo uno la mía. En el universo de las convicciones y de las ideas estoy en el polo opuesto del señor ministro; frente a su ateísmo y a su postura y actitudes en relación con la vida y la familia, yo profeso una entrañable convicción de que sin Dios nuestra vida es un sinsentido, y de que la raíz última de los inmensos males que aquejan al mundo de hoy está en la negación, teórica y práctica, de su Ley. Pero eso no me impide, en modo alguno —¡ todo lo contrario !—, decir con absoluta sinceridad que le deseo de corazón que los cuidados médicos de que él goza extirpen totalmente su mal. Voy a decir algo más, aunque probablemente para él eso nada signifique: ojalá que en el camino de su enfermedad se llegara el doctor Gaviria a encontrar con ese Dios a quien niega y que yo sé que lo ama.

Pero muchas de las voces de que he hablado dicen que el doctor Gaviria ha sido un magnífico ministro de Salud; en El Tiempo, Alfonso Gómez Méndez lo afirma. Y se aducen datos, se traen a cuento cifras astronómicas que supuestamente han sido invertidas para ampliar la cobertura de los servicios de salud, y para asegurar el disfrute de ese derecho a todos los colombianos. Y eso, por desgracia, no es así. Bien se advierte que quienes tales cosas aseveran se mueven en el universo nebuloso de las cifras de muchos ceros a la derecha… que les impiden conocer, o reconocer, la realidad monda y lironda en que se debate, y sufre, y muere sin alcanzar alivio el verdadero pueblo colombiano, el de a pie, el que sí tiene que resignarse —lo que no les sucede ni al señor presidente ni a su ministro, ni a los honorables parlamentarios…— a que le sean negadas las citas, a que se le obligue a peregrinar de una parte a otra sin término, a que no le sean entregadas las medicinas que, cuando al fin logra ser visto por el facultativo, le son recetadas. De esa, que es la verdadera realidad de la salud para la gente del común, no parece estar enterado ni el presidente ni su ministro. Y esta grave afirmación no la hago sin fundamento. Soy un pensionado, voy aproximándome a los 87 años de edad, la antigua Cajanal transfiere a la EPS una significativa suma cada mes de la pensión que me corresponde; de Saludcoop, por obra y gracia del señor Gaviria, y junto a más de cuatro millones de colombianos, fui pasado a Cafesalud. Para mi edad, Dios sea bendito, gozo de una salud relativamente buena; sin embargo, tengo problemas no graves de hipertensión y deficiencia renal, que sólo es posible mantener controlados con un metódico y puntual uso de algunas medicinas; pues hace cuatro meses que ellas me son negadas, y he debido adquirirlas por mi cuenta; y se trata de medicamentos ordinarios, nada del otro mundo (levotiroxina, losartán, atorvastatina, calcio, omeprazol…). La Superintendencia de Salud, entidad a la que he elevado queja repetida, es un auténtico rey de burlas: se me responde de inmediato que la EPS ya ha sido notificada de mi reclamo y debe atenderme en el plazo perentorio de cinco días hábiles… y que si no es así, vuelva a quejarme. Lo he hecho, y, repito, en esas ando desde hace cuatro meses.

Me cuesta, de veras, hacer esta denuncia así, descarnada y concreta; pero la hago pensando en los pobres. Yo, mal que bien, por una parte tengo voz para quejarme al menos, y de algún modo puedo hacerme a los medicamentos que necesito. Pero, ¿ y los pobres, los sencillos, todos esos, casi innumerables, que encuentro cada vez que voy a escuchar que no hay medicamentos, que esté llamando, que vaya a otra parte…, y en los que solamente veo rostros de desesperación, de tristeza, de impotencia? ¿Sabrá el señor ministro que esa es la realidad? ¿Lo sabrá el señor Santos? A juzgar por los hechos, o no lo saben o, lo que es más probable, no les importa. ¡Ellos no necesitan hacer cola!

Mario García Isaza. Bogotá.

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