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La revaluación: protagonista de 2013

Armando Montenegro
19 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

En la semana que termina, la tasa de cambio se acercó a $1.760 por dólar, el mismo valor que tenía en julio de 1999. Y algunas proyecciones hablan de valores entre $1.700 y $1.750 para el resto del año. El tono de los estudios que acompañan estos pronósticos es de resignación. Los analistas creen que no se puede hacer nada o, si piensan lo contrario, están convencidos de que las autoridades no harán nada relevante.

Un grupo importante de economistas cree firmemente que una acción decidida sobre la tasa de cambio real requiere de un ajuste fiscal, mayor ahorro público, y que este esfuerzo se puede complementar, transitoriamente, con algunos controles de capital y mayor expansión monetaria.

Este tipo de planteamientos se basa en estimaciones como las que arroja un conocido modelo de equilibrio general que indica que, para que la tasa de cambio real se sitúe en forma estable en $1.900 por dólar, es necesario que se produzca un ajuste fiscal de más del 1,5% del PIB, es decir, que Colombia muestre un superávit consolidado de cerca del 1% del PIB, una cifra que luce razonable de acuerdo con la experiencia de otros países que han defendido de forma efectiva su sector externo.

A pesar de lo que dicen los modelos y lo que piensen los economistas, lo que no parece realista es tener alguna confianza en que el gobierno o el Congreso vayan a hacer algún ajuste fiscal en los próximos meses, más aun cuando está a la vista un proceso electoral y, si avanzan las conversaciones en La Habana, se pondrán en marcha un serie de políticas que exigirán cuantiosas erogaciones por parte del Gobierno. De acuerdo con estas consideraciones, la suerte de la tasa de cambio parecería echada.

Como consolación ante el escepticismo, por lo menos, se debe registrar que ha crecido el número de economistas que piensa que es necesario un ajuste fiscal para asegurar una devaluación real sostenible. Hasta hace algún tiempo, muchos analistas pensaban que únicamente con maromas financieras, encajes y controles de capital se podría elevar el valor del dólar en el largo plazo. Además de la revisión de las experiencias internacionales que muestran la futilidad de estos ejercicios, entre tantos elementos que han influido en el cambio de percepciones están las sorprendentes cifras de Ecopetrol y otras empresas petroleras y mineras.

Ecopetrol trajo al país cerca de US$15.000 millones en 2012. Cuando se liberó a la compañía de los controles fiscales, a nadie en su sano juicio se le podía ocurrir que esta empresa podría invertir todo lo que quisiera, que la Tesorería podría gastarse todos los impuestos petroleros que recaudara y que no les iba a pasar nada a importantes sectores de la economía. Lo único sensato hubiera sido aceptar que si Ecopetrol quedaba sin freno fiscal, el mismo Gobierno le debía imponer límites compensatorios a su propia Tesorería. Esto nunca se contempló así y el precio ya lo están pagando quienes sufren de la llamada Enfermedad Holandesa, entre otros, los exportadores, agricultores e industriales.

La conclusión es que el ahorro del gobierno frente al enorme auge petrolero y minero es ridículamente insuficiente. Las compras diarias de dólares y las angustiadas declaraciones de los funcionarios son saludos a la bandera. No se equivocan, por ello, quienes predicen que la revaluación seguirá su curso.

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