La soberbia sobre la familia

Catalina Uribe Rincón
18 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

En 1968, el papa Pablo VI publicó Sobre la vida humana. La encíclica define la doctrina católica sobre el aborto, los métodos anticonceptivos y otras medidas de la vida sexual y fue blanco de múltiples controversias porque declaró ilícito todo tipo de control artificial de la natalidad. Pero no sólo su conclusión causó discusión, también lo hizo su justificación. Varios teólogos y filósofos católicos no estuvieron de acuerdo con que la autoridad educativa de la iglesia se basara en su competencia para interpretar la revelación divina y la ley natural.

El asunto de discusión no fue la revelación divina, sino la ley natural. La ley natural es la participación de la razón humana en la razón divina. Toda persona, cristiana o no, participa de la imprenta de Dios. El papa, pese a lo brusco de sus conclusiones, recordó la posibilidad de algo así como una sabiduría natural. ¿Qué nos dice esta sabiduría? Hay que ver. La Iglesia Católica es una intérprete. Los protestantes creen que es mejor interpretar la palabra revelada. De sus distintas lecturas surgen los anglicanos y calvinistas reformados y presbiterianos, y metodistas y bautistas, puritanos y anabaptistas, y demás.

Pero no sólo los cristianos se han preguntado “sobre la vida humana”. Tampoco sólo los religiosos. La pregunta de la filosofía es en últimas la misma. El Gorgias de Platón inicia con la tautología que marca toda investigación moral: es bueno ser bueno. Todo el mundo está de acuerdo con que es bueno ser bueno. Ahora bien, ¿qué es ser bueno? En debates actuales la bondad se ha centrado en el valor de la familia. Los religiosos le reprochan a los no religiosos que no respetan la familia. Pero hasta Maquiavelo le advirtió a los príncipes no meterse ni con la propiedad, ni con la familia de sus súbditos. ¿Cuándo no se ha valorado la familia?

Los colombianos hemos sido testigos de distintos debates alrededor de la familia. Algunos incluso se han apropiado de ella, y ahora hay hasta políticos “de la familia”. En respuesta, varios liberales, ateos, agnósticos o antifundamentalistas hemos alegado que nosotros también respetamos la familia. Pero el asunto no es de mera relatividad. Uno no vive creyendo que todo vale. Cada quién se compromete con algún principio moral. Sin embargo, tanta divergencia en los detalles alrededor de la tautología “es bueno ser bueno” debería por lo menos reducir la soberbia de quienes creen que lo saben todo.

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