La soledad del pueblo venezolano

Darío Acevedo Carmona
26 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

El fracaso de la Asamblea General de la OEA para expedir una declaración de rechazo a la convocatoria de una Constituyente por el Gobierno dictatorial de Maduro confirma la abrumadora y desconcertante ausencia de solidaridad para con la lucha democrática de la inmensa mayoría de venezolanos.

El voto abstencionista de tres pequeños países frustró el intento de 20 Estados liderados por México, Argentina, Canadá, Estados Unidos, Brasil y Perú que representan más del 90 por ciento de la población continental. Es un tema para repensar a futuro las reglas del juego de un organismo internacional.

Las Naciones Unidas, por ejemplo, tienen un Consejo Permanente de Seguridad conformado por cinco países con más poder que la Asamblea General. El Consejo de Seguridad se amplía con presencia rotativa de países de distintos continentes, pero las superpotencias (EE. UU., Rusia, Inglaterra, China y Francia) hacen valer su poderío porque pueden vetar cualquier resolución. El juego de poderes se sobrepone al método de un voto por cada país en igualdad de condiciones.

No obstante, pienso que tal resultado no da para subvalorar la importancia de la creación de una atmósfera de apoyo, solidaridad y estímulo a la lucha de los venezolanos para restablecer la democracia por vía pacífica. Ese ambiente, hay que reconocerlo, fue creado hace poco tiempo y los gestores del mismo no han sido otros que los protagonistas de esas épicas jornadas.

Los que han fracasado en toda la línea han sido los gestores de un diálogo interpartes que no partió del reconocimiento del derecho de la oposición en su clamor por adelantar elecciones. El expresidente del Gobierno español Rodríguez Zapatero y el desacreditado liberal colombiano Ernesto Samper, en veces acompañados por la voz del papa Francisco, Felipe González y otros exmandatarios fallaron porque no se percataron o no quisieron entender que el Gobierno de Maduro es una dictadura que ha desconocido el poder popular consagrado en la Asamblea Nacional y ha manipulado los demás poderes públicos e ideologizado a las fuerzas armadas.

No la han tenido ni la tienen ni la tendrán fácil los venezolanos. Las adversidades son muchas y el régimen se hace cada vez más sanguinario. La presencia de miles de agentes cubanos desde generales hasta agentes de seguridad, convertida en fuerza de ocupación, impone la estrategia de la represión brutal para atemorizar a la población. Las Fuerzas Armadas venezolanas dirigidas por un numeroso grupo de generales corrompidos con dádivas y privilegios sin límites impiden la organización de los oficiales de menor rango y de los suboficiales.

Para quienes miramos desde afuera el curso de los acontecimientos, hay comprensión acerca de lo insuficiente e impotente que es la solidaridad moral, sobre todo cuando los sátrapas se muestran impasibles ante el descrédito internacional.

Pero hay algo que es mucho más desconsolador y desconcertante. Me refiero al silencio de la izquierda latinoamericana que se precia de demócrata frente a las atrocidades de la dictadura. El director de una institución académica continental que nada debe decir sobre temas políticos, Clacso, se ha dedicado a enviar circulares de apoyo a Maduro y de rechazo a las movilizaciones, varios intelectuales han expresado sin rubor que lo que hay de por medio es una política de desestabilización de un gobierno del pueblo. Bien, entendemos que los comunistas de siempre lo digan o los anticapitalistas y antiimperialistas de todo cuño pues para ellos el socialismo es perfecto, impoluto y carente de llagas.

Pero, que fuerzas políticas, personalidades y académicos que se ubican en el centro político o en la izquierda moderada, socialdemócratas, con honrosas excepciones como la del secretario general de la OEA, Luis Almagro, no hayan sido capaces de condenar los asesinatos salvajes de jóvenes que solo tienen banderas y piedras en sus manos, es una vergüenza sin parangón.

No sé, pero al recordar la gran movilización de la opinión pública latinoamericana con la lucha de los sandinistas contra la dictadura de Somoza, por parte de muchísimos y diversos sectores, no puedo dejar de preguntarme, ¿si la lucha fue por la democracia y la libertad en aquella ocasión y lo es en la de Venezuela de hoy, por qué no se asume la misma actitud?

Y no puedo dejar de remitirme a la cada vez más arraigada convicción de que las izquierdas latinoamericanas tienen un doble rasero, siguen creyendo que las dictaduras de ese color no son tal y que no hay razón para sumarse a la derecha en su propósito de abatirlas.  Ahí está como ejemplo perenne la ceguera y la contemporización con la policíaca dictadura castrista, a la que rinden pleitesía y a cuyas momias les derraman lágrimas cuando al fin se mueren de muerte natural.

Una izquierda así, que es incapaz de solidarizarse al menos con las fuerzas de izquierda que tienen presencia en la MUD, deshonra los espacios generosos que les brinda la democracia.

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