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La tecnocracia excluida

Salomón Kalmanovitz
21 de diciembre de 2009 - 01:56 a. m.

EL MUNDO RELIGIOSO Y CLIENTELISta en que se desenvuelven los actuales dirigentes colombianos desplaza la ciencia y la técnica como elementos centrales de una democracia moderna.

Se trata de un universo donde cursan los milagros, la magia y Satán, este último asumiendo la forma de insurgencia. Las controversias se resuelven con intercambios de la cosa pública. La virtud más preciada es la voluntad y la pasión.

El análisis cuidadoso, las implicaciones de cada acción de gobierno, los costos y beneficios de los proyectos, la calidad de las políticas públicas, la visión de largo plazo que permite encarar los problemas sociales y económicos más severos que enfrenta el país, son todos ignorados e incluso abiertamente despreciados. Esto es lo que sostiene el ex ministro Rodrigo Botero, el decano de la tecnocracia colombiana, en su reciente libro El bejuco de Tarzán.

La tecnocracia colombiana se había ganado importantes puestos de mando en la política desde que Alberto Lleras organizó Planeación Nacional hacia 1960 y le dio rango ministerial a su director. Los técnicos que acompañaron el gobierno de Carlos Lleras (1966-1970) lograron superar la insuficiencia de ingresos externos que había surgido de los incentivos de una tasa de cambio subvaluada por la protección con varias políticas complementarias que lograron la diversificación exportadora que vivió el país desde la década de los setenta hasta el presente.

El equipo de López Michelsen, con Botero a la cabeza, lo convenció de que no se gastara la bonanza cafetera de 1976 y que prepagara deuda externa, gracias a lo cual el país no fue afectado por la crisis latinoamericana que se llamó “la década perdida” y que Colombia ganó. César Gaviria, economista él mismo, organizó un gobierno orientado fundamentalmente por jóvenes técnicos que abrieron la economía y que se democratizó al mismo tiempo. El Banco de la República independiente redujo la inflación y el crecimiento económico se aceleró.

Los presidentes conservadores tendieron a desconfiar de los técnicos, aunque Pastrana papá encargó a Lauchlin Currie de elaborar su plan de desarrollo. Los liberales, por lo general, entregaron responsabilidades ministeriales a los técnicos, especialmente en Hacienda e incluso en Agricultura.

Esta larga tradición llegó a su fin durante la administración Uribe especialmente en su fase II. En este gobierno se han fusionado ministerios que quedaron sin función y que despidieron a su personal más calificado. Los temas de justicia quedaron sin doliente. Hay un enorme descuido en asuntos laborales, donde resalta la inseguridad que sufren los dirigentes sindicales. El medio ambiente ha quedado a merced de las transnacionales más despiadadas del planeta. Planeación Nacional ha perdido brillo, evidente en la calidad de sus publicaciones, aunque su director actual se le atravesó a los elefantes blancos que se “planeaban” desde el Ministerio de Transporte. En éste, es notable la desconfianza frente a los ingenieros y financistas que facilitarían la elaboración de buenos proyectos por concesión, donde no hay ninguno que valga la pena. El Ministerio de Agricultura le regala nuestros impuestos a los ricos que los evaden y es cara dura con los pobres.

El Ministerio de Hacienda, entre tanto, lo ejerce directamente el Presidente devolviendo impuestos a discreción y gastando del presupuesto nacional y de los municipios lo que se le ocurra en sus consejos comunales.

 

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