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La tentación democrática

Andrés Hoyos
24 de junio de 2009 - 03:44 a. m.

LOS EVENTOS QUE HAN SACUDIDO A la teocracia iraní en los últimos días y que pueden llegar a tumbarla dan pie para hablar de la democracia como una tentación que renace en lugares inesperados.

No soy profeta y por lo tanto ignoro si el actual movimiento ciudadano iraní logrará conducir al país por caminos de cambio perdurable o si el régimen prevalecerá. Espero que por lo menos se evite el peor de los desenlaces: una sangrienta guerra civil. Lo que sí sé es que todo provino de unas elecciones muy esperadas cuyo resultado fue cuestionado, es decir, de la tentación democrática. El régimen iraní obviamente se equivocó al interpretar el alcance de los cambios sociodemográficos del país y no previó los efectos de la educación que adquirieron los jóvenes, fenómenos ambos que predisponen a la insumisión. El reino de Dios, por lo visto, es susceptible de ser minado por el conocimiento y la técnica.

Una parte muy importante del funcionamiento de cualquier régimen político es su flexibilidad ante los inevitables contratiempos que enfrenta. La democracia contemporánea, pese a todos sus defectos, está diseñada con esta flexibilidad en mente y es de lejos el sistema que mejor resuelve los contratiempos, pues los mecanismos de cambio le son tan estructurales como los de permanencia. En contraste, el Estado teocrático de Irán es una sofisticada armazón de consejos y de círculos colegiados, y hasta contiene algunos contrapesos internos y un simulacro de democracia, pero no está diseñado para resistir una fuerte oposición ciudadana. Es como una olla a presión con la válvula de escape tapada. Le pasa lo que al resto de los regímenes autoritarios de variado cuño, que parecen modelos de estabilidad durante años para, de repente, verse sacudidos por perturbaciones que llegan a poner en peligro su supervivencia, así a veces les resulte posible volver a meter el genio del disenso en la botella. La estructura de una autoridad incuestionable, en esos casos, es la columna principal que sostiene el edificio político, y si ella se tambalea o se quiebra, todo puede derrumbarse. Las democracias, por el contrario, suelen ser sismorresistentes.

Hay que sumar a lo anterior un elemento reciente de gran importancia: la revolución en las comunicaciones. Con ella se materializa la vieja metáfora de los vasos comunicantes, encarnados en las comunidades de internet, los mensajes de texto y las cámaras de video y de foto fija que traen los celulares.

En Irán la élite está dividida, y el fin de semana pasado los manifestantes no acataron la sombría amenaza del ayatolá Khamenei, actual líder supremo, desafío que puede resultar definitivo. Aplica a la actual encrucijada iraní el perspicaz comentario de Lenin, según el cual la situación revolucionaria llega no cuando los de abajo no quieren seguir viviendo como antes, sino cuando los de arriba no pueden seguir haciéndolo. Lo otro que queda muy claro es que la democracia no se exporta a la fuerza, nace o deja de nacer de las entrañas de un país.

No debemos, ni por un momento, subestimar las repercusiones que promete tener el presente estallido, pues el potencial de contagio del fenómeno es muy grande. Un día de estos, por ejemplo, podrían empezar a llegar noticias perturbadoras de China, noticias que serían mucho más importantes que las de Irán. Pero esa es otra historia.

 

andreshoyos@elmalpensante.com

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