Las cosas por su nombre

Catalina Ruiz-Navarro
16 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Con el reciente feminicidio de Maribel Buitrago y el asesinato de su hijo a manos de su expareja y padre del mismo, Giovanny Sánchez, los medios de comunicación han vuelto a caer en los graves errores que normalizan y justifican este tipo de violencia. Sin ir más lejos, en la nota del periódico El Espectador se lee: “El último crimen pasional [..] fue cuando Angie Katherine Herrera fue golpeada y herida con arma blanca por su expareja, un patrullero de la Policía”. ¿Acaso las muertes de Herrera y Buitrago fueron ocasionadas por la inmensa pasión de sus parejas? No. Pero la palabra feminicidio, que es el tipo legal correcto desde que en Colombia existe la Ley Rosa Elvira Cely, brilla por su ausencia.

En otro artículo del mismo periódico se reproduce un testimonio sin valor periodístico alguno: “No sabemos si la noche en que se quedaron juntos, el niño le dijo algo al papá que lo llevó a cometer semejante locura”. ¿Qué aporta este testimonio a la nota? Nada. Solo la sospecha de que algo dicho por el menor de nueve años pudo ser el detonante del feminicidio de su madre y de su propia muerte. Luego nos ofrece una justificación perversa: “Ella empezaba a rehacer su vida sentimental”. Por ningún lado se menciona la verdadera razón del crimen: la violencia machista que hace pensar a los hombres que las mujeres les pertenecen y que pueden castigarlas. Los errores continúan. El texto afirma que la familia de Buitrago trata de buscar indicios del crimen: “Era muy serio, muy alejado de nosotros. Mientras en las reuniones los primos bromeaban y se divertían, él permanecía siempre callado”, como si ser extrovertido o amable hubiese sido una garantía de que no la agrediera. En cambio, los miles de peleas de la pareja narradas por los vecinos y el acoso de Sánchez que la vigilaba no se toman como indicios. Los feminicidas no son “locos”, ni “raros”, ni “huraños”. Son hombres cuya masculinidad tóxica, alimentada por nosotros, la sociedad y los medios de comunicación, llega a tal violencia que acaba con la vida de sus parejas y hasta de sus hijos. Los hay de todas las formas y colores: feminicidas ricos y pobres o amables y encantadores como Rafael Uribe Noguera.

En otros medios los errores se repiten: El Tiempo no se atreve a decir que fue un feminicidio, y eso que hacen una lista de “mujeres asesinadas por sus parejas sentimentales en Bogotá”. En la lista, que incluye a feminicidas vinculados a la Policía, excusan a uno de ellos: “Al parecer el crimen se dio por los celos obsesivos del patrullero”. Pero no: la pasión no mata. Los celos no matan. El machismo sí. También menciona que el asesinato de Buitrago conmocionó a la Policía, pero no por lo sistemático de los feminicidios o por su inmensa impunidad (98 %), sino porque Sánchez también mató al hijo de la pareja: “Nuestros policías son personas fuertes, pero al ver esta escena hasta lloraron”. Esta es una declaración de masculinidad tóxica: ¿no se conmueven por un feminicidio a menos que este incluya la muerte de un niño? ¡Tan machitos!

Al leer estas noticias que normalizan y hasta justifican la violencia contra las mujeres, que no exploran las causas del problema ni cuestionan a las autoridades, uno entiende por qué la violencia de género está normalizada en Colombia. Es sorprendente, además, que un periódico como El Espectador, que ganó un premio Simón Bolívar por su excelente cubrimiento del feminicidio de Rosa Elvira Cely, siga cometiendo estos errores básicos, pero, sobre todo, peligrosos. La prensa tiene la misión de avanzar los derechos humanos y la democracia en una sociedad y esto no se consigue dando un trato normalizante y mediocre a la violencia que a diario vivimos las mujeres en el país. Si el periodismo no se responsabiliza por llamar a las cosas por su nombre, nadie más lo hará. Al pan, pan; y al feminicidio, feminicidio.

@Catalinapordios

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