Las odas, los hechos y las ‘fake news’

Carlos Granés
31 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

Ni el más trumpista promotor de posverdades o fake news podría, a estas alturas, sostener que la revolución chavista logró mejorar las condiciones de vida de los venezolanos ni, mucho menos, crear la sociedad justa e igualitaria que ha reverberado en las fantasías, sueños y luchas políticas de millones de latinoamericanos desde el final de la Colonia. Con algo de honestidad intelectual, podría decirse que no, que por ahí no era: la entronización de un mesías redentor con potestad para cooptar las otras ramas del poder democrático, acorazado tras una chequera de petrodólares con la cual comprar, sin fiscalización ni topes, favores y voluntades, ha demostrado ser abono para el despotismo y el caos social. Ni las buenas intenciones ni la identificación con los pobres y desheredados son, en sí mismas, credenciales que garanticen el buen gobierno. Buscando la cura contra el cáncer, se inventó un sacapelo que transformó a los salvadores en gorilas. A estas alturas, tras la última arbitrariedad de Maduro —neutralizar el poder legislativo representado por la Asamblea Nacional, en manos de la oposición—, el viaje sin retorno a la miseria moral y al desgobierno augura un desenlace manifiestamente dictatorial.

¿Pero aprenderemos algo de todo esto? ¿Se logrará cierto consenso intelectual en torno a los errores cometidos, los abusos, el menoscabo de la democracia? Será interesante ver qué ocurre, pero viendo cómo en Argentina, Perú y Colombia sobreviven con fuerza descorazonadora el peronismo, el fujimorismo y el uribismo, movimientos personalistas y mesiánicos, pobres en soluciones prácticas pero ricos en imágenes y sentimentalismos patrióticos, es factible prever que el chavismo, reconvertido en mito, tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra.

Porque desde comienzos del siglo XX América Latina ha sido proclive al idealismo y hostil a la utilidad. Y la buena prensa, con sus datos, hechos, recuentos, son útiles; como lo son las instituciones, a pesar de la burocracia; y como lo son los reportes técnicos en economía, y las estadísticas, balances y contabilidades. Todo eso que nos despierta —a mí el primero— bostezos, es también lo que nos impide correr hacia el abismo engañados por paraísos hechiceros. El primero en decirlo, por allá en 1891, fue José Martí, tan manoseado por los idealistas revolucionarios. Proponía el ensayista cubano que los concursos no premiaran la mejor oda, sino el mejor estudio de los factores reales del país en el que se vivía. No aprendimos esa lección. Más bien, nos dejamos llevar por los encandilados panfletos de José Enrique Rodó, que animó a los jóvenes del continente a convertirse en combatientes de la causa del espíritu.

Y el mesianismo latinoamericano ha sido justamente eso, alimento espiritual, odas maravillosas a la libertad, a la justicia, a la igualdad y a la descolonización, que se han traducido en despropósitos económicos y desbarajustes institucionales: el terreno propicio para que se imponga la fuerza y surja el atrabiliario salvador. Esto es algo más profundo que la posverdad y las fake news; esto es un hábito mental que nos ha imantado con suma facilidad a la grandilocuencia, la causa, la lucha, y finalmente nos ha dejado, con el agua al cuello, chapoteando en el mismo lugar.

 

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