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Las opciones de la Universidad Nacional

Salomón Kalmanovitz
23 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.

La UN cuenta con un arsenal de recursos intelectuales y físicos que administra mal: 1.200 doctores, los mejores estudiantes del país (de los cuales 50% deserta), una locación privilegiada y un patrimonio arquitectónico y artístico valioso.

Es cierto que su financiamiento ha sido insuficiente, pero lo ha podido asignar mejor, impidiendo que los edificios se derrumben, combatiendo el desgreño, impidiendo que los grupos de interés capturen el escaso presupuesto, abriéndose al mundo y a la sociedad en vez de estarse mirando lastimeramente el ombligo.

Las instancias de representación profesoral están en manos de una pequeña rosca que tiene un lenguaje progresista, pero despliega una conducta conservadora que frena cualquier cambio requerido para mejorar la administración de la ciudadela universitaria y la calidad de la educación que se imparte en sus claustros. El grueso de los profesores se abstiene de participar en las elecciones gremiales.

El Gobierno Nacional le ofreció hace unos años un canje de parte pequeña de su campus subutilizado por unos edificios nuevos que requiere con urgencia y las voces radicales salieron a impedir que se diera un mejor uso de su propiedad. Mejor unos edificios caídos y unos lotes enmontados que hacer progresar a la comunidad universitaria.

La endogamia está minando la calidad de la Universidad lenta pero inexorablemente: los doctorados son preferiblemente para sus profesores, lo cual introduce el riesgo moral de colegas formando a colegas sin rigor; otros egresados son contratados por la propia universidad, configurando una degeneración de los conocimientos impartidos. Hay un sesgo en la contratación de profesores a favor de corrientes izquierdistas y posmodernas en las ciencias sociales, excluyendo escuelas que se apoyan en los modelos matemáticos y en la estadística. Para evitar el estrechamiento de tendencias científicas e intelectuales, las grandes universidades del mundo tienen políticas que excluyen a sus propios egresados de la contratación, estableciendo el pluralismo como política de desarrollo académico.

Entre los candidatos a la rectoría de la Universidad, la mayor parte viene de su entraña y varios externos que han pasado por sus claustros y administración. Estos últimos cuentan con una visión más cosmopolita que les permite plantear su desarrollo de acuerdo con principios meritocráticos que mejoren su calidad y encaren los problemas más serios de la institución.

Uno de ellos, Jorge Hernán Cárdenas, fue gestor del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID), que ha sido un experimento exitoso en la movilización de los profesores hacia afuera, para atender la demanda social por estudios de sus especialidades. Con los recursos provistos, el CID ha contribuido a financiar parte de un edificio nuevo, a dotar de equipos a la facultad y a mantener sus facilidades en perfecto estado. Después de consolidado el CID, Cárdenas fue vicerrector general bajo la rectoría de Antanas Mockus, que le dio un vuelco sustancial a la universidad, abriéndola al mundo por medio de concursos internacionales para conseguir profesores de gran nivel.

La UN debe firmar un pacto con el Gobierno que le garantice recursos frescos y suficientes, a cambio de comprometerse con una administración eficiente que preserve su patrimonio, mejore su calidad y atienda las necesidades de los territorios más afectados por la guerra.

 

 

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