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Las otras Colombias: los raizales de San Andrés

Columnista invitado EE
22 de noviembre de 2014 - 02:11 a. m.

Al cumplirse dos años del fallo de La Haya que despojó a Colombia de vastas áreas marítimas, el presidente de la República anunció que el departamento de San Andrés contará con una curul más en la Cámara de Representantes.

“Al igual que los indígenas y los afrodescendientes, la población raizal tendrá representación en el Congreso mediante circunscripción especial”, dijo Santos al anunciar también nuevas inversiones en el archipiélago. La voluntad de compensar a los sanandresanos por las consecuencias negativas que esta población deberá asumir a raíz de la mencionada sentencia, ha estado muy presente en la voluntad del Gobierno Nacional. Durante décadas los raizales del archipiélago han venido exigiendo un estatuto político especial acorde con sus singularidades históricas, lingüísticas, religiosas y culturales.

Para autorreconocerse, los pobladores de San Andrés y Providencia no han apelado al color de su piel ni a una mera taxonomía racial, sino que han invocado el principio de precedencia territorial como sociedad en las islas y el espacio marino que las circunda, pues, al fin y al cabo, ¿quién es el nativo en el Gran Caribe insular? ¿El sefardita de Curazao o el hindú de Trinidad? La demanda de los insulares pone en evidencia la heterogeneidad cultural colombiana derivada de su propia historicidad y cuestiona la idea prevaleciente en el centro del país y en sus principales centros urbanos de una concepción homogénea de colombianidad. También revela la existencia de otras Colombias que mantienen tensiones con el centro del país, que suele confundir la unidad nacional con la uniformidad de la Nación.

En reiteradas ocasiones los raizales han manifestado su rechazo al proceso de colombianización a que han sido sometidos. Entendida ésta como la proyección económica, espacial, militar y cultural del país continental mestizo, católico e hispanoparlante hacia el archipiélago y que tiene componentes de violencia física y simbólica. El país ve en las islas y sus pobladores una simple posesión de ultramar, sin preguntarles a éstos si reafirman su adhesión histórica y voluntaria a ese complejo y conflictivo, pero quizás esperanzador, proyecto de país que hoy llamamos Colombia. Adhesión que los isleños hicieron durante el proceso de independencia en la Constitución de Cúcuta en 1823.

Esas otras Colombias, como San Andrés o La Guajira, con sus propias peculiaridades lingüísticas y sus propias formas de organización social, no tienen el propósito de realizar actos violentos, ni de secuestrar generales. Quizás sus demandas ocupen sólo un punto subalterno en la agenda nacional. Se trata sólo de pueblos del mar cuya importancia momentánea se deriva de estar involuntariamente inmersos en litigios territoriales entre estados. Esas otras Colombias, sin embargo, pueden ser las reservas de la imaginación del país.

El escritor Derek Walcott ha proclamado un futuro prometedor para los habitantes del Caribe, como son los raizales, a los que considera hechos con retazos de pueblos y fragmentos de culturas, que no tienen sobre sus hombros el peso de la historia y, por tanto, son seres adánicos capaces de realizar inmensos prodigios. 

 

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