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Las torres del cardenal

Alfredo Molano Bravo
17 de enero de 2009 - 03:00 p. m.

MONSEÑOR PEDRO RUBIANO, ARZObispo de Bogotá, le ha pedido a doña Elsa Koppel, presidenta de la Sociedad de Mejoras y Ornato de la ciudad, ponerse en sus zapatos en el caso de una quiebra como en la que —argumenta el cardenal— está la Arquidiócesis. Si a monseñor lo viste la misma firma que le vende los zapatos a Benedicto XVI, la prestigiosa Ditta Annibale Gammarelli, doña Elsa está en un problema.


Conseguirlos no será fácil, a menos que Sabas Pretelt se los traiga ahora que viene a responder el pliego de cargos formulado por la Procuraduría. O que el prelado se los preste con todo y medias purpuradas. Porque más pobre que la Sociedad de Ornato, la Sociedad de San Vicente de Paúl. El Arzobispo de Bogotá alega que tiene que construir tres torres en los jardines traseros del Seminario Mayor para alquilar como oficinas, porque la entidad está completamente quebrada. Es muy probable que monseñor Gaitán Mahecha (q.e.p.d.) haya dejado en bancarrota la Arquidiócesis desde cuando se dedicó, como DMG, a la captación de ahorros de particulares. Pero nada autoriza a monseñor Rubiano a imponer a quienes no sean católicos un gravamen pagado al contado en aire y paisaje a favor de los futuros seminaristas. Ni el país ni la capital son hoy por hoy totalmente católicos, como presume el prelado.

Bogotá estaba enmarcada por la sabana y por los cerros orientales. Digo estaba porque ambos están carcomidos o por carcomer no exactamente por el crecimiento urbano de la ciudad, sino por la especulación inmobiliaria y la debilidad de la planificación urbana. Los cerros son amenazados cada día con mayor peligro por los intereses privados. Baste recorrer la Avenida Circunvalar para comprobarlo: los barrios populares —que fueron en sus orígenes invasiones de gente pobre facilitadas por gamonales—, las universidades, los colegios y las fortalezas residenciales se comen los espacios peatonales y se convierten en peldaños para comerse también la montaña. Un caso aberrante es el de los altos de la quebrada de El Chicó. Haciendo maromas de todo tipo, prohombres de coctel se tomaron sin más ni más ese rincón, un nicho con flora y fauna propias que debería ser parte de un parque popular. Ahora, con el argumento de la pobreza de solemnidad, le toca el turno al flanco norte de esa misma hoya, donde está construido el Seminario Mayor. El cardenal argumenta que las torres quedarán detrás del edificio y que por tanto no se verán desde la carrera séptima. El argumento, que se podría validar desde el punto de vista estético, es ridículo desde el punto de vista ambiental. No toma en cuenta aquello que la Iglesia llama con tanta pompa la magistratura, es decir, el ejemplo. O el mal ejemplo, en este caso: la construcción de esas horrorosas torres será el antecedente para continuar encementando los cerros por el lado de Bogotá, puesto que por el lado de La Calera, los conjuntos residenciales ya han destruido las pequeñas matas de monte que subsistían, y contaminado la hoya del río Teusacá. La Contraloría de la capital está en mora de pronunciarse sobre el asunto, ya que la Secretaría de Ambiente ha dado ya su aprobación tácita al proyecto de Monseñor. Una alternativa para resolver el problema económico del Seminario Mayor sería trasladarlo a la parroquia de San Idelfonso, en el barrio de La Soledad, o al Veinte de Julio, donde cada semana los fieles se arraciman en las naves de los templos, se suben a los púlpitos, invaden los andenes, las plazas y las calles aledañas para pagar promesas y comprar indulgencias.

Nota. Sorprende la celeridad con que las autoridades les han imputado a las Farc el atroz atentado en Payán que mató a tres niños y un adulto y dejó heridas a una docena de personas. En Atánquez, donde hubo cinco muertos y 60 heridos, la Policía no ha logrado definir si se trata de un atentado o de un accidente, y menos aún qué grupo cometió el crimen. En Payán y en toda la hoya baja del río Patía actúan las Farc, el Eln, Los Rastrojos, las Auc Nariño, las Águilas Negras. Desde mediados de 2007, la Defensoría disparó las alarmas tempranas solicitando a las autoridades civiles y militares vigilancia y control. Las guerrillas, agarradas unas con otras, han sido desplazadas hacia el piedemonte, mientras los paramilitares, incluidos Los Rastrojos, conservan su presencia en caseríos, cabeceras y bocanas de los ríos. Yo personalmente creo muy factible que hayan sido las Farc. Pero creo, además, sin atenuar la atrocidad del crimen, que la Defensoría tiene toda la razón al demandar una vez más el traslado de los puestos de Policía de las cercanías de las escuelas y, agregaría, de los centros poblados. Con igual vehemencia, ahora cuando los atropellos contra la niñez están de moda, se deben denunciar los numerosos casos de violación de menores y transmisión de enfermedades venéreas por parte de miembros de la Fuerza Pública en estas y otras zonas de guerra.

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