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Las víctimas, o el espejo

Hernando Gómez Buendía
23 de agosto de 2014 - 01:20 a. m.

Fueron 12 las personas que viajaron a La Habana: cinco víctimas de las Farc, cuatro de agentes del Estado, dos de los paramilitares, y una mujer violada por guerrilleros, ‘paras’ y soldados.

Esas 12 personas no representan a los seis millones de víctimas en sentido estadístico (no son una muestra), ni político (no fueron escogidas por el voto), ni jurídico (no recibieron un mandato o unas instrucciones). Tampoco representan todo el universo de delitos, ni las épocas del conflicto, ni las muchas reivindicaciones de las víctimas.

Es más: cada víctima es una historia única, un sufrimiento único, un traumatismo íntimo que nadie más puede entender y por lo tanto nadie puede “representar”: son seis millones de vidas que habría que reconstruir para llegar a la reparación —o, más difícil aún, a la autorreparación, porque esos golpes lo destruyen a uno desde adentro—.

Pero esas 12 personas tienen una enorme representatividad simbólica: son 12 rostros que pintan la realidad inmunda de este conflicto degradado, criminal, prolongado y enredado. Son el espejo horrible de una realidad horrible que por lo mismo nadie quiere ver o —para ser precisos— no quiere ver del todo.

Por eso las disputas tan amargas sobre quiénes fueron, cómo fueron escogidos o qué dijeron esas 12 personas en La Habana. Esas disputas seguirán, no sólo con los 48 viajeros que faltan, sino con lo que falta del acuerdo, el posacuerdo y la vida de varias generaciones.

Decir quiénes fueron las víctimas y de quién fueron víctimas es definir cuál fue el conflicto, quién lo causó y cómo puede o debe resolverse. Es la batalla por la historia y el sentido de la historia.

Por eso hay un “relato instalado”, el del Gobierno y toda o casi toda la “opinión pública”: las víctimas somos todos, el victimario son las Farc, sus crímenes son asesinar policías y civiles indefensos, secuestros abominables (25.000 en 50 años), atentados terroristas, asaltos a poblaciones... Todo lo cual es cierto. Y nada de lo cual quieren ver los guerrilleros.

Hay un contrarrelato, que es también cierto y que no quiere ver el resto del país: 27.000 desaparecidos, 4.000 muertos de la UP, 2.100 “falsos positivos”, bombardeos de poblados, torturas, violaciones... Víctimas, no “del Estado” sino de “agentes del Estado”, como se empeñan en decir los voceros del Estado. Pero aquí empieza la franja más oscura, el elefante en la habitación de La Habana, el de la relación entre “el Estado” (como decir los 110 congresistas acusados de parapolítica) y las masacres o los desplazamientos masivos (4 millones de hectáreas usurpadas).

Y hay otros, muchos, relatos invisibles —o invisibilizados—. El de las campesinas violadas, el de los pueblos indígenas en extinción, el de las viudas de los policías, el de las madres de niños guerrilleros...

Es el espejo de una realidad inmunda. Pero si no somos capaces de mirarnos al espejo completo, no habrá paz ni piedad para mi pobre Colombia.

 

Hernando Gómez Buendía *

 

Director de www.razonpública.com.

 

 

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