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Laureadas y angélicas

Ana María Cano Posada
16 de mayo de 2013 - 11:19 p. m.

Esta rara figura atrajo una marea de opiniones, arrancó una caravana de peregrinos y otra de colados, desató una estampida de menesterosos hacia su pueblo, Jericó, levantó una polvareda de contrastes entre quienes vieron patente su divinidad y los que cuestionaron su santidad tan de última hora.

Laura la santa tiene poder de convocatoria y esto atrae tropeles que se le arriman ávidos de contagio. Algunos de los perfiles laudatorios que se publicaron son conmovedores: el de Alfredo Molano, uno, porque remueve la época desprovista cuando se fue tras los indígenas en Urabá, y aunque los cuidaba limándoles su “lado salvaje”, ella no iba sirviendo a la colonización que después se hizo con acoso y derribo. El de Abad F., otro, que dejó a la vista la puesta en escena romana.

Provocó con su canonización metáforas ajustadas (Elías Sevilla en Razón Pública) entre lo que llamó su empresa, y lo era por su descomunal terquedad de llevar mujercitas de su casa a pasar trabajos al monte a comienzos del siglo XX, y compararla con la empresa fusión de su santificación apuntalada por el radiodifusor Sánchez Cristo (más Cristo esta vez), para promocionar estampas de la Madre Laura que el emporio de supermercados Éxito volvió imán para sus cajas registradoras.

Y entre tanto el turismo regional se remozó con esta religiosidad y con el fanatismo que en Colombia arde como zarzas con toda chispa. Todos los advenedizos querían estar en la foto histórica el día en que el papa Francisco los miró con buenos ojos: escépticos y crédulos, juntos para pedirle a santa Laura que haga el milagro de Colombia que no fue capaz de hacer el Corazón de Jesús al que está consagrada: estancar la hemorragia que nos hemos declarado.

El lado fascinante de Laura, así a secas, Laura la mujer, es esa ambigüedad entre la ingenua que afiló el Photoshop al que la sometieron los mercaderes y la fuerza enorme de oponerse a la estrechez de su época (la de monseñor Builes, a quien ella obedeció), que disuadía a la mujer de buscar su propio destino, pero ella se empeñó y lo encontró, siguiéndola muchas otras Lauritas. Su retrato envejecido la revela mejor, en él se ven su fuerza y su don de dar.

La ambigüedad de la mujer laureada perturba la vida laica porque propone un debate sobre qué es consagrarse a fondo a algo. Es rara porque rompe el esquema.

De Dabeiba y la misión temprana de Laura Montoya Upegui, sus recientes milagros certificados por el área encargada en el Vaticano, la masificada canonización jericoana y sus paisanos alzando confiados los ojos al cielo, llega la santificación a coincidir con esta desbandada de miedos levantada por intransigencias que ahora quieren imperar. Pobre Laura, todo lo que le toca arreglar en estas hora de júbilo peregrino. El miedo y la credulidad son dos puntas de un mismo hilo, la manipulación del populismo.

Y otra heroína: un debate interesante y fecundo propone por otra parte Angelina Jolie, un ícono de la fuerza y la belleza femeninas, al romper la imagen de la que podía estar presa. Opta por quitarse los senos para conjurar el riesgo enorme de tener cáncer. Con toda conciencia y libertad, lo hace en silencio (ocurrió en febrero y sólo habla en mayo) y seguirá con sus ovarios. Los médicos consultados dicen que es un procedimiento usual. Sí, pero el de ella es un caso aparte y público.

En una semana dos mujeres se salieron del marco de la decoración que ciñe a la figura femenina. Y alientan.

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