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La ley María Elvira Cely

Juan Francisco Ortega
30 de julio de 2015 - 04:29 p. m.

Ocurrió hace algo más de tres años en el Parque Nacional, en Bogotá. Una mujer de 35 años, María Elvira Cely, fue violada, asesinada y empalada, en un acto criminal adornado con todos los elementos propios del horror y el sadismo. Tal fue el horror que, en un país anestesiado por la violencia donde el sufrimiento ajeno es acogido con un sentimiento equidistante entre la indiferencia y la indolencia, el hecho generó una conmoción social.

Tres años después, la congresista del Polo Democrático Gloria Inés Ramirez, apoyada y aplaudida por un conjunto de legisladoras de diversos partidos, han aprobado la Ley 1761 que lleva en su honor el nombre de la citada víctima. La ley, como ha señalado el Prof. Fernando Velázquez, penalista con una auctoritas no discutible, establece como “figura independiente” la muerte de una mujer por el hecho de serlo (algo que contemplaba el Código penal, con penas más duras en el derogado numeral 11 del artículo 104) y prevé las lesiones personales en las mismas condiciones con elevadas condenas; además, dispone múltiples y borrosos agravantes. También, restringe los acuerdos con la Fiscalía a una sola modalidad y traza algunas directrices en esta materia". (El Colombiano. 12-7-2015).

Y con esto, querido público, se solventó el problema. La ley como solución mágica. Al establecer algunos agravantes, sean o no de difícil aplicación, situaciones como estas no volverán a suceder. Desafortunadamente, la realidad, ni tan siquiera se asemeja a la descrita. Y la razón es sencilla. La reacción de este grupo de legisladoras, nada tiene que ver con la causa que originó el hecho trágico. El asesino de María Elvira Cely no actuó así porque las penas previstas para su delito fuera simbólicas. De hecho, sólo la pena por delito de homicidio agravado puede llegar hasta los cuarenta años de prisión, conforme al Art. 104 de nuestro Código Penal. El asesino no actuó así porque desconociera que podía pasar media vida, o la vida completa, en la cárcel sino porque, en buena medida, entendía que así debían ser las cosas. La mujer, no tanto como una persona autónoma y libre sino como un ser objeto de propiedad. La mujer como un ser destinado a la complacencia masculina sin paliativos y sometido a la voluntad de éste. Simplemente, un ser inferior, disminuido, sometido a tutela y que, si es necesario, debe ser corregida por la fuerza. Sin capacidad de contenstación ni decisión. O mía, o de nadie. Ya lo dijo la ex senadora Liliana Rendón, en una declaraciones que pasarán a los anales -diría yo que en sentido literal- de la historia: "Las mujeres somos muy necias y a veces provocamos reacciones. Si mi marido me pega, fue porque me la gané. Y si me la gané será porque tuve que haberlo jodido mucho". La causa de la agresión no son las penas bajas sino el machismo en estado puro. La nueva ley es como escuchar música para tratar una faringitis. Algo completamente ineficaz aunque suene bien.

Los datos arrojados por la encuesta de Demografía y Salud del años 2010, realizada sobre la totalidad del territorio colombiano, arrojan unos datos que no nos conducen al optimismo. El 65% de las mujeres declaran que “sus esposos o compañeros ejercían situaciones de control sobre ellas”. Control y autorización de movimiento (39%). Quienes declaraban vivir o haber vivido en pareja, afirmaban en 32% que sus compañeros ejercían amenazas contra ellas: Abandono (21%), quitarles a los hijos (17%) y amenazas de retiro de “apoyo económico” (17%), esot es, lo que popularmente se llama "ponerlas a pasar hambre", por si quedaban dudas. No obstante, la cosa empeora. El agresiones físicas (37%). La mayoría -un 85%- aseguró sufrir lesiones y/o secuelas físicas y/o psicológicas derivadas de los actos violentos: empujones o zarandeos (33%), los golpes con la mano (27%), las patadas o los arrastres (12%), las violaciones (10%), los golpes con objeto duro (9%), los estrangulamientos (5%), y los ataques con arma de fuego o arma blanca (3%). Así estaba el patio nacional en el 2010. No parece que haya cambiado mucho.

Dicho en los términos de la exsenadora Rendón, todas estas mujeres se lo ganaron. Pues lo cierto es que no se lo ganaron. Habría que explicarle que si a un marido, la mujer lo "jode mucho" -por utilizar idéntica expresión-, la salida es doble: O quejarse, aguantarse y encauzar la relación matrimonial o presentar una demanda de divorcio. Si no opta por la segunda, el marido opta por la primera. Y sarna con gusto, no pica. O pica hasta que no se aguante. Lo que no es tolerable, es el maltrato. Pero para eso, hay que ver al otro como un igual.

Por eso, estas legisladoras deberían -si quieren conseguir la protección y el respeto de la mitad de la población conformadas por mujeres- atacar esta lacra cultural. Una lacra que, y esto es imprescindible no perderlo de vista, no afecta sólo a los hombres. Para ello, una política de género y de educación en la igualdad es indispensable. El camino que tienen es largo: Reformas en el sistema educativo que concienticen a los niños y niñas del valor de la igualdad y del respeto al otro, una Ley de Publicidad que prohiba anuncios sexistas y denigrantes respecto al cuerpo de las mujeres y conductas estereotipadas o el fortalecimiento del control para garantizar la igualdad de derechos laborales para las mujeres son sólo algunos ejemplos. El camino es largo y los enemigos son muchos. Todos los conocemos y los oímos a diario. Pero valdría la pena "darse la pela". Si queremos, claro está, algo más que una foto. ¨

*Profesor de planta y director del Grupo de Estudios de Derecho de la Competencia de la Universidad de los Andes.

 

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