Límpiate y límpialo

Julián López de Mesa Samudio
05 de agosto de 2010 - 05:28 a. m.

HABLA MUY MAL DEL ESTADO ESPIritual de una sociedad donde sea necesario tener sillas diferenciadas en el transporte público para personas con necesidades especiales; en la que las decisiones de fondo —las que afectan las vidas de sus integrantes— sean tomadas por comités cuyo único propósito sea diluir eventuales responsabilidades.

Una sociedad donde triunfa un egoísmo hobbesiano rampante que camufla su fuerza con disfraz de ingenio. Una sociedad que glorifica la malicia y la llamada “viveza”. Una sociedad, en fin, en la cual no surgen iniciativas propias y se espera siempre que sean los otros, los demás, quienes fomenten un cambio.

Hace dos meses, más de tres millones de personas votaron por una opción diferente a la que finalmente ganó. Votaron por un cambio y un reconocimiento de unos principios morales que según ellos encarnaba el candidato cuyo color de campaña era el verde. Las razones esgrimidas por éstos, en su mayoría jóvenes bogotanos, eran abstractas, poco concretas y menos aún prácticas, y pretendían un profundo revolcón moral a nuestra sociedad. Por tanto, sorprende que las energías y esperanzas puestas por estas personas en su candidato se hayan diluido en tan poco tiempo. Pareciera como si quisieran darles la razón a los analistas que repiten hasta la saciedad que los colombianos necesitamos siempre de un mesías.

Quizás esas tres millones y pico de personas no han caído en la cuenta de que el cambio no proviene de su candidato sino de sus propias opciones de vida, de las decisiones y actitudes que asuman en su cotidianidad. Para hacer una sociedad mejor, no necesitamos de alguien que nos obligue a adoptar la “cultura ciudadana”, así como no necesitamos de una silla azul para darle el puesto a quien lo necesita. En estos tiempos en los que nuestros gobernantes se alejan cada vez más de los anhelos y necesidades de las personas del común, y se hace tan difícil ver un cambio sustancial en las prácticas cada vez más deshumanizadas de gobierno —tanto a nivel estatal como empresarial— nos corresponde a todos actuar; debemos guiar por el ejemplo, un día a la vez, y no esperar que las soluciones provengan de los demás.

¿Que no se puede? ¿Que no tenemos poder suficiente? A mediados de los años ochenta Dakar, capital de Senegal, vivía una dramática situación. Por semanas y semanas las basuras de la ciudad (una de las más populosas de África) no se recogieron debido a una profunda crisis económica e institucional. El Estado no daba solución alguna y la situación amenazaba con un colapso completo. Sin embargo, un buen día hordas de jóvenes salieron en masa a las calles para tomarse la ciudad; pero, ¡oh sorpresa! no protestaban ni exigían: lo que hizo la juventud de Dakar fue organizar ejércitos de limpieza de la ciudad en lo que hoy es un movimiento continuo conocido como el Set/Setal (Límpiate y límpialo). Siguiendo el ritmo pegajoso del mbalax cuyas letras los inspiraban, estos miles de jóvenes refabularon su ciudad y no se detuvieron con la limpieza. Después de limpiar, embellecieron, pintando murales con motivos alusivos a sus vivencias y que hoy son admirados por doquier.

¿Y nosotros? ¿No podemos limpiarnos como ciudadanos? ¿No tenemos poder suficiente para hacer los entornos que soñamos?

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