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Linajudo

Lorenzo Madrigal
09 de marzo de 2015 - 01:29 a. m.

El libro del que habla María Isabel Rueda, originario de la Embajada de Colombia en Madrid, debe ser, según nos cuenta, asombroso.

Se refiere al linaje del presidente Juan Manuel Santos (La estirpe de los Santos), editado a finales del año y repartido por estos días de su reciente periplo, cuando estuvo, por cierto, de besamanos en el Palacio Real de España, encandilado por el destello de oros, muros rojos y adornos churriguerescos.

Asombroso libro por tener origen en la misión diplomática de Colombia y ser tema en la prensa española por su adulación al presidente. Destaca la gloria emancipadora, que representó doña Antonia Santos, y remata, por supuesto, con la pacificación del país, que consiguió (habrá de conseguir) el último vástago de tan linajuda familia.

Algunas de nuestras estirpes datan de la independencia de la Nación. No son, dijéramos, venidas de la Madre Patria con sabor a nobleza cortesana. Son apellidos que hizo famosos el heroísmo criollo de nuestros próceres, comenzando por el mismo Bolívar.

Chávez fue uno que soñó con ser del linaje del Libertador, al cual dedicó afanosos estudios para ennoblecer su causa revolucionaria. Un retrato algo monstruoso mandó hacer, que desfiguró para sus compatriotas la ya consagrada iconografía, que veneramos los demás hijos de Bolívar.

Santos se apellidaba la heroína santandereana doña María Antonia y algunos de nuestros mandatarios del diecinueve lo tuvieron por nombre (Santos Acosta, Santos Gutiérrez) y, desde luego, el tío Eduardo, presidente del 38 al 42 del siglo pasado, acabó consagrando el apellido en la lista de los notables nacionales.

Esa estirpe es la que uno de los hijos de don Juan Manuel consideró equiparable con la de los Lleras, refiriéndose al nuevo compañero de fórmula de su padre, a diferencia de don Angelino Garzón, cuyo linaje no parecía merecerle nada al hijo del ejecutivo.

Así, pues, nuestro mandatario se halló en la cena de Estado del Palacio de Oriente, asistido por el libro de avanzada que le dedicó su embajador. Vistió frac y condecoraciones: el collar de San Carlos sobre sus hombros y alguna que otra chapa en el desolado vuelo de su chaqueta, que en la parte frontal quedó otra vez corto, dejando asomar el borde del almidonado chaleco, contra los cánones de López Pumarejo, según narra su biógrafo Zuleta Ángel.

James, el niño bonito del fútbol, y Carlos Bacca acompañaron con sendos atuendos de frac al mandatario, los que, muy majos, cayeron sin embargo en los mismos pecadillos de etiqueta, tal vez por no encontrar sus tallas en las tiendas de alquiler ceremonial o por padecer los mismos sastres que mal vistieron al presidente Uribe, frente a los reyes españoles. El memorable chaqué de éste, a la altura de las tetillas, que fuera enviado de urgencia desde Colombia, pasó a la historia de los osos de protocolo de la Casa de Nariño.

 

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